EIVISSA | PEP RIBAS
La historia de los galeones españoles que se han hundido a lo largo de los siglos en mares de todo el orbe y las valiosas fortunas que albergan esos pecios fue el tema de la charla del viernes en el Club Diario.
España podría tener una fortuna incalculable en metales preciosos, perlas y tesoros arqueológicos de diversa índole que permanecen fondeados en diferentes mares del globo, sin que ninguna autoridad mueva un dedo por recuperarlas. Esta es la principal conclusión de la charla que ofreció el viernes por la noche en el Club Diario de Ibiza el capitán de la Marina Mercante Juan Manuel Gracia Menocal, presidente de la Asociación para el Rescate de Galeones Españoles.
Gracia Menocal, que como apuntó su amigo Mariano Llobet durante la presentación del acto, tiene casa en Eivissa y pasa temporadas en la isla, es experto en investigación y arqueología submarina y de los principales conocedores del patrimonio español hundido bajo el mar.
El ponente mantiene que España es la primera potencia mundial en yacimientos arqueológicos submarinos con galeones y navíos hundidos no sólo en costas españolas e iberoamericanas, sino en todo el mundo. No en vano, España fue durante siglos la principal potencia naval del orbe.
Los pecios españoles descansan en todos los mares y océanos (normalmente en aguas poco profundas), desde Japón a Vietnam pasando por Filipinas, Islas Marianas, en todos los países americanos, el Caribe, las Azores, Portugal y España. Sólo en el Golfo de Cádiz hay documentados más de 700 hundimientos, aunque Gracia estima que puede haber entre 1.500 y 1.800.
De los 720 que están documentados, entre Tarifa y Ayamonte descansan en el fondo del mar 170 barcos cargados con tesoros que podrían tener un valor cifrado en miles de millones de euros.
Fortunas multimillonarias
El capitán Gracia Menocal se refirió a británicos y a estadounidenses que han llegado a atesorar fortunas multimillonarias rescatando tesoros hundidos en el mar y tachó de «de-sidia» al comportamiento que tienen las administraciones españolas en general en su actitud hacia el patrimonio submarino.
Propone que por lo menos se rescaten las fortunas existentes en aguas territoriales españolas, contratando a empresas `caza-tesoros´, que aunque se queden con la mitad de las riquezas obtenidas, «más vale el cincuenta por ciento de algo que el cien por cien de nada».
El experto animó a cualquier interesado a contribuir a la búsqueda de los tesoros perdidos: «Si un particular encuentra un tesoro, tiene derecho a quedarse con la mitad, pero si tiene permiso para sondear y encuentra algo, debe entregarlo todo al Estado», afirmó.
Blog dedicado a la recopilación de información pública y enlaces de interés sobre galeones, navios y tesoros que siguen descansando bajo nuestras aguas.
lunes, 22 de febrero de 2010
El Museo Nacional de Arqueología Subacuática albergará dos galeones españoles hundidos
Permitirá recrear, a partir de vídeos interactivos, pecios fenicios y escenografías de excavaciones bajo el mar
El nuevo edificio del Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Arqua), ubicado en el Muelle de Alfonso XII de Cartagena y que ayer fue presentado por el ministro de Cultura, César Antonio Molina, albergará cerca de mil piezas del patrimonio cultural sumergido español, entre ellas los restos de dos galeones hundidos en las costas americanas, que según explicó el director del centro, Rafael Azuar, «serán las piezas estrella del Museo».
Pese a que «es algo que no es todavía seguro», explicó Azuar, el Ayuntamiento de Mazarrón aseguró ayer que la quilla del barco fenicio Mazarrón 1, datada en el siglo VII antes de Cristo, estará en el museo. La pieza forma parte de una de las dos embarcaciones fenicias más antiguas del mundo halladas en el Mediterráneo.
«Será el primer museo de Europa y el Mediterráneo dedicado exclusivamente a la arqueología subacuática, y está previsto que lo visiten 80.000 personas al año», señaló Azuar. Lo comparó con otros museos arqueológicos como el de Mérida. En sus salas acogerá ánforas, lingotes de plomo sellados y sin sellar, y productos del comercio y de la construcción naval de época.
El espacio, de unos 6.000 metros cuadrados, está dotado de los últimos avances tecnológicos que permitirán recrear, a través de vídeos interactivos, galeones fenicios sumergidos e incluso escenografías de excavaciones arqueológicas bajo el mar. Todo dirigido hacia un conocimiento experimental del rico patrimonio cultura que hay en las profundidades. Además, tendrá un departamento con aulas preparadas para desarrollar talleres y actividades de formación e investigación.
Patrimonio del mundo
«Nuestro patrimonio sumergido no está sólo en el Mediterráneo, sino disperso por todas las aguas del planeta. Nuestros barcos han estado en Filipinas, en Oceanía y en América, y el museo quiere exponer ejemplos de ese patrimonio disperso por todo el mundo», afirmó el director del centro.
El complejo tiene un presupuesto que ronda los 24,5 millones de euros, entre la construcción del edificio y el proyecto museográfico. De los seis mil metros, el 35% se destinará a exhibición de colecciones permanentes, y alrededor de 500 metros cuadrados albergarán el futuro programa de exposiciones temporales.
En él trabajarán en un primer momento cerca de cuarenta personas y, a partir de su inauguración, que según el ministro Molina será a principios de marzo o abril, entre arqueólogos, restauradores, documentalistas, bibliotecarios, personal de atención al público y guías de sala la cifra llegará hasta los sesenta trabajadores.
El nuevo edificio albergará piezas del Museo Nacional de Arqueología Marítima (en sus almacenes se encuentran unos siete mil artículos). Ahora pasará a llamarse Museo Nacional de Arqueología Subacuático y acogerá material descubierto en lagos, ríos y aguas interiores.
El Ministerio de Cultura tiene previsto que el museo presente dos grandes bloques temáticos: el primero centrado en el patrimonio subacuático y un segundo, denominado Mare Hibéricum, en el discurso histórico en torno a las colecciones del museo.
LOS DATOS DEL MUSEO
Nombre: Museo Nacional de Arqueología Subacuática.
Dónde está: Muelle Alfonso XII de Cartagena
Qué albergará: Cerca de mil piezas, entre ellas dos galeones españoles hundidos en aguas americanas, y ánforas, lingotes de plomo sellados y sin sellar y productos del comercio y de la construcción naval.
Previsión de visitantes: Alrededor de 80.0000 al año.
Presupuesto: 24,5 millones de euros entre la construcción del edificio y el proyecto museográfico.
Trabajadores: Unos sesenta entre arqueólogos subacuáticos, restauradores, documentalistas, personal de atención al publico y guías de sala.
Superficie: 6.000 metros cuadrados.
Para exhibición de colecciones permanentes: 1.600 metros cuadrados.
Para exhibición de colecciones temporales: 500 metros cuadrados.
Almacenes: Mil metros cuadrados.
El nuevo edificio del Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Arqua), ubicado en el Muelle de Alfonso XII de Cartagena y que ayer fue presentado por el ministro de Cultura, César Antonio Molina, albergará cerca de mil piezas del patrimonio cultural sumergido español, entre ellas los restos de dos galeones hundidos en las costas americanas, que según explicó el director del centro, Rafael Azuar, «serán las piezas estrella del Museo».
Pese a que «es algo que no es todavía seguro», explicó Azuar, el Ayuntamiento de Mazarrón aseguró ayer que la quilla del barco fenicio Mazarrón 1, datada en el siglo VII antes de Cristo, estará en el museo. La pieza forma parte de una de las dos embarcaciones fenicias más antiguas del mundo halladas en el Mediterráneo.
«Será el primer museo de Europa y el Mediterráneo dedicado exclusivamente a la arqueología subacuática, y está previsto que lo visiten 80.000 personas al año», señaló Azuar. Lo comparó con otros museos arqueológicos como el de Mérida. En sus salas acogerá ánforas, lingotes de plomo sellados y sin sellar, y productos del comercio y de la construcción naval de época.
El espacio, de unos 6.000 metros cuadrados, está dotado de los últimos avances tecnológicos que permitirán recrear, a través de vídeos interactivos, galeones fenicios sumergidos e incluso escenografías de excavaciones arqueológicas bajo el mar. Todo dirigido hacia un conocimiento experimental del rico patrimonio cultura que hay en las profundidades. Además, tendrá un departamento con aulas preparadas para desarrollar talleres y actividades de formación e investigación.
Patrimonio del mundo
«Nuestro patrimonio sumergido no está sólo en el Mediterráneo, sino disperso por todas las aguas del planeta. Nuestros barcos han estado en Filipinas, en Oceanía y en América, y el museo quiere exponer ejemplos de ese patrimonio disperso por todo el mundo», afirmó el director del centro.
El complejo tiene un presupuesto que ronda los 24,5 millones de euros, entre la construcción del edificio y el proyecto museográfico. De los seis mil metros, el 35% se destinará a exhibición de colecciones permanentes, y alrededor de 500 metros cuadrados albergarán el futuro programa de exposiciones temporales.
En él trabajarán en un primer momento cerca de cuarenta personas y, a partir de su inauguración, que según el ministro Molina será a principios de marzo o abril, entre arqueólogos, restauradores, documentalistas, bibliotecarios, personal de atención al público y guías de sala la cifra llegará hasta los sesenta trabajadores.
El nuevo edificio albergará piezas del Museo Nacional de Arqueología Marítima (en sus almacenes se encuentran unos siete mil artículos). Ahora pasará a llamarse Museo Nacional de Arqueología Subacuático y acogerá material descubierto en lagos, ríos y aguas interiores.
El Ministerio de Cultura tiene previsto que el museo presente dos grandes bloques temáticos: el primero centrado en el patrimonio subacuático y un segundo, denominado Mare Hibéricum, en el discurso histórico en torno a las colecciones del museo.
LOS DATOS DEL MUSEO
Nombre: Museo Nacional de Arqueología Subacuática.
Dónde está: Muelle Alfonso XII de Cartagena
Qué albergará: Cerca de mil piezas, entre ellas dos galeones españoles hundidos en aguas americanas, y ánforas, lingotes de plomo sellados y sin sellar y productos del comercio y de la construcción naval.
Previsión de visitantes: Alrededor de 80.0000 al año.
Presupuesto: 24,5 millones de euros entre la construcción del edificio y el proyecto museográfico.
Trabajadores: Unos sesenta entre arqueólogos subacuáticos, restauradores, documentalistas, personal de atención al publico y guías de sala.
Superficie: 6.000 metros cuadrados.
Para exhibición de colecciones permanentes: 1.600 metros cuadrados.
Para exhibición de colecciones temporales: 500 metros cuadrados.
Almacenes: Mil metros cuadrados.
Piratería bajo los mares
Vincent Noce, periodista del diario Libération, París.
La tecnología permite ahora el acceso a los restos de naufragios ocultos en las profundidades marinas. Pero, ¿a quién pertenecen estos tesoros? Algunos Estados toleran su dilapidación.
El museo más grande del mundo yace bajo las aguas. Nadie conoce la cifra exacta, pero cientos si no millares de navíos se fueron a pique en el fragor de las batallas o bajo la violencia de las tempestades, llevándose hacia los fondos marinos ánforas romanas, lingotes de oro, cañones y cajas de porcelana china.
Para dar una idea del tráfico marítimo que alcanzó un desarrollo sin precedentes en el siglo XVI, la flota de la Compañía Neerlandesa de las Indias hizo en dos siglos 8.000 viajes de ida y vuelta a China. Pero hasta mediados del siglo XX, ante la imposibilidad de acceder a este museo sumergido, los océanos eran una inmensa caja de caudales en la que dormían esos tesoros de las civilizaciones.
Hace poco más de 2.700 años, dos de los navíos más antiguos descubiertos tuvieron un destino funesto al parecer cuando, cargados de ánforas de vino, se dirigían de Tiro hacia el Egipto faraónico. Esos dos vestigios fenicios, de menos de veinte metros de longitud, fueron localizados en junio de 1999 frente a las costas israelíes por Robert Ballard, descubridor de los restos del Titanic, y Lawrence Stager, arqueólogo de la Universidad de Harvard, a quienes se les había encargado la búsqueda de un submarino israelí, el Dakar, desaparecido en el mar en 1969 con sus 69 tripulantes. Dos pequeños robots submarinos, el Jasón y el Medea, se sumergieron a 300 y 900 metros de profundidad para filmar e iluminar los restos de los dos navíos fenicios y permitieron comprobar que se encontraban en excelente estado de conservación.
Como explica Ballard, las aguas profundas, cuyo contenido de oxígeno disuelto es más débil, constituyen una mejor protección que las aguas bajas: “A esas profundidades, la falta de luz solar y las fuertes presiones permiten conservar esos testimonios históricos mucho mejor de lo que pensábamos.” En efecto, una nave de 3.300 años de edad descubierta cerca de Turquía en aguas menos profundas, así como otras dos naves fenicias, procedentes del siglo vii a.c. halladas cerca de Murcia, en España, se encontraban en mucho peor estado.
El hallazgo de los dos navíos al sur de Israel causó sorpresa, pues se ignoraba que los fenicios comerciaran utilizando esa ruta marítima. Un decantador de vino (prueba de que entonces el vino se decantaba), anclas de piedra, vasijas de barro y un incensario se encontraron en medio de ánforas típicas del estilo de esa época tiria. Ello permitió establecer con aproximación la fecha del naufragio y sobre todo el origen de los barcos. “En un futuro próximo”, según Ballard, “se producirán sin duda otros hallazgos importantes que van a modificar radicalmente el mapa del comercio marítimo de la Antigüedad.” El descubrimiento frente a las costas de Sicilia de navíos romanos ha confirmado una hipótesis controvertida durante mucho tiempo según la cual los romanos eran perfectamente capaces de alejarse de las costas para navegar en aguas profundas.
Avances tecnológicos y nueva legislación
Ahora bien, hasta hace medio siglo, antes de la aparición de la escafandra autónoma, el hombre no tenía ningún medio para acercarse a los restos de naufragios en los fondos marinos. La primera exploración submarina, obra del comandante Jacques-Yves Cousteau, data de 1952 y se llevó a cabo cerca de Marsella, puerto sumamente activo del Mediterráneo romano. El equipo recogió ánforas griegas y romanas que dejaron perplejos a los especialistas pues entre ellas había por lo menos un siglo de diferencia, hasta que advirtieron que estaban en presencia de dos navíos que se habían ido a pique uno sobre otro. En ese entonces, no había ninguna legislación ni órgano de referencia, ni en Francia ni en otro lugar, para esta actividad que era totalmente libre. André Malraux, ministro de Cultura de Francia, creó en 1966 el departamento de investigaciones arqueológicas submarinas del Ministerio de Asuntos Culturales, obligando también a formular una declaración cuando un vestigio se descubre en las aguas territoriales.
En 1989, dos años después de la aprobación de una ley similar en Estados Unidos, el Estado francés se reservó la propiedad exclusiva de los tesoros submarinos sumergidos en sus aguas, mientras que anteriormente era posible compartirlos. Desde entonces, las declaraciones de descubrimiento disminuyeron de 250 al año a menos de 50. Para contrarrestar esta baja, el Estado estableció siete años más tarde la posibilidad de pagar una prima al descubridor, que puede llegar a 30.000 dólares según el interés científico. En la práctica, ésta se abona rara vez. El riesgo del secreto vale la pena, ya que una hermosa ánfora antigua puede negociarse por unos 1.500 dólares en el mercado.
Los aficionados piensan que las ánforas son mudas. Craso error, pues éstas “hablan”: nos informan sobre la época del naufragio, la nacionalidad de los navegantes, por no hablar de los modos de acondicionamiento de los productos transportados. Las más de las veces son ellas las que señalan a los equipos especializados la existencia de restos de barcos antiguos que, en cambio, desaparecen en la arena. Durante catorce siglos, de 770 a.c. a 700 d.c., las ánforas sirvieron para transportar vino, aceite, salmueras, especias, té… Después serán la porcelana y los cañones los que proporcionarán otras señales visibles de los naufragios. Entre las ánforas y estos últimos objetos hay un espacio en blanco, sea porque los restos de los navíos se han desintegrado o permanecen invisibles o porque el tráfico marítimo disminuyó.
Un testimonio histórico y arqueológico
Fue un cañón cubierto de sedimentos marítimos y moluscos el que señaló la presencia, en las cercanías del archipiélago venezolano de Las Aves, de la flota enviada por Luis XIV para expulsar a los holandeses de las Antillas. Después de haber saqueado Tobago, la escuadra al mando del conde Jean d’Estrées puso rumbo a Curação, donde su victoria sobre los holandeses habría sido aplastante si, el 11 de mayo de 1678, la mitad de sus naves —13 buques de guerra y 17 navíos corsarios— no hubieran naufragado a causa de la tempestad. De 5.000 hombres, 500 perecieron en medio de las olas y un millar murieron de hambre y enfermedades tras haber sido arrojados en islas desiertas.
Esta catástrofe dio al traste con las esperanzas de los franceses de reinar sin contrapeso sobre el Mar Caribe, que pronto se convirtió en un refugio de piratas. Pero hoy en día, aunque no enarbolen la bandera negra con una calavera, los piratas no han desaparecido. El venezolano Charles Brewer-Carias y el estadounidense Barry Clifford localizaron en medio de otros vestigios el navío almirante Le Terrible, defendido por 70 cañones y 500 tripulantes. Venezuela, que no dispone de medios para hacer explorar el sitio por un organismo estatal de búsquedas arqueológicas, otorgó a la empresa de obras públicas Mespa una licencia de exclusividad para excavar y comercializar todo lo que pudiera serlo. Clifford se declaró “horrorizado” por la concesión del sitio a un inversor privado: “Algún día el pueblo venezolano se sentirá a su vez horrorizado por lo que se autorizó en Las Aves.” “Trajimos un arqueólogo a bordo del navío de investigación”, se defiende Mespa, que admite sin embargo que desea rentabilizar su inversión creando una “industria” de los descubrimientos.
“Cada vez que se produce una situación similar, los grandes perdedores son los Estados. No es más que una forma moderna de piratería”, afirma John de Bry, arqueólogo de Florida. La empresa privada piensa que puede encontrar efectos personales de valor del conde de Estrées y de sus oficiales, pero los arqueólogos dudan de que una flota de guerra pueda contener un verdadero “tesoro”. En cambio, temen que se pierda el testimonio histórico y arqueológico de los vestigios y de su posición. La construcción de los navíos debería ayudar a entender mejor la arquitectura naval de la época en que Colbert creó una marina real y la industria que la acompañaba.
Efectuar una relación precisa de la posición de los diversos objetos en el fondo antes de izarlos es una operación delicada que toma tiempo y cuesta caro. La exploración submarina es una actividad sumamente onerosa en aras de un resultado aleatorio. Pero como la rentabilidad es la única preocupación de los cazadores de tesoros, y un día de excavaciones cuesta una fortuna, se apresuran a extraer lo que tenga un valor monetario inmediato, aunque deban destruir todo a su paso. Y algunos han llegado incluso a utilizar explosivos. No les interesan los vestigios sin valor que apasionan a los historiadores: una inscripción en el fragmento de una vasija puede indicar una ruta marítima, un pedazo de calzado decirnos mucho sobre la vestimenta de los marinos, un esqueleto revelar heridas o carencias alimentarias. El casco del Maurithius, que naufragó frente a las costas de Guinea de regreso de China en 1609, estaba aún tapizado de casi 20.000 escamas de cinc casi puro, testimonio del adelanto de la metalurgia china frente al retraso de Europa en la materia.
El problema de la concesión de licencias se planteó a una escala aún mayor en el archipiélago portugués de las Azores, uno de los fondos más ricos del planeta, pues constituía una escala obligada en la travesía del Atlántico. El Museo Nacional de Arqueología de Portugal ha contabilizado 850 navíos españoles y portugueses hundidos allí, muchos de ellos cargados de oro. Ochenta y ocho yacen en la bahía de Hangra do Heroismo, donde en 1972 desembarcó el cazador de tesoros británico John Grittan. La aventura concluyó para él con la cárcel, donde pasó casi dos meses, y con la prohibición de proseguir sus actividades. Hasta que casi 25 años después, amparándose en una nueva ley que autoriza a las empresas privadas a excavar los fondos del archipiélago, regresó como director de la sociedad Arqueonáuticas, presidida por el contralmirante Isaías Gomes Texeira, una de las primeras en obtener un permiso para realizar búsquedas y proceder a su explotación.
Uno de los más célebres cazadores de tesoros, Bob Marx, establecido en Florida, se declaró interesado, ofreciendo un reparto al término de la operación: 50% de los descubrimientos para él a menos de 50 metros de profundidad, 70% más allá de este límite. “¡Con esta legislación, hemos sacrificado la historia en el altar del dinero!”, exclama Francisco Alves, director del Museo Nacional de Arqueología de Portugal. Mientras tanto, los españoles analizan febrilmente los tratados de derecho para saber si pueden salvar el patrimonio de sus propios galeones.
A veces, los cazadores de tesoros realizan beneficios colosales. Uno de ellos, Michael Hatcher, de dudosa reputación, obtuvo unos quince millones de dólares de la dispersión de la porcelana china hallada en el Geldermalsen, navío holandés desaparecido en 1752 en el Mar de China. Christie’s, la principal firma mundial de ventas en subasta pública, se especializó en un momento dado en ese tipo de operaciones, pero ahora es más cautelosa en vista de las controversias y dificultades jurídicas que suscitan. Aunque Hatcher declaró haber hallado los restos del naufragio en aguas internacionales, algunos investigadores sostienen que éstos se encontraban en la zona marítima de Indonesia. Ese país inició una investigación, pero uno de sus responsables desapareció al sumergirse en el sitio, lo que ha aumentado el carácter folletinesco del asunto. Indonesia abandonó ulteriormente el procedimiento, pero en medio de rumores insistentes de corrupción de la familia Suharto, que dirigía entonces el país.
“Todo este dinero que circula agrava directamente el peligro, puesto que se reinvierte en nuevas exploraciones”, observa Lyndel Prott, jefa de la sección de normas internacionales del sector de Cultura de la UNESCO. “Los Estados toleran una dilapidación de tesoros bajo el mar que jamás aceptarían bajo tierra.”
La tecnología permite ahora el acceso a los restos de naufragios ocultos en las profundidades marinas. Pero, ¿a quién pertenecen estos tesoros? Algunos Estados toleran su dilapidación.
El museo más grande del mundo yace bajo las aguas. Nadie conoce la cifra exacta, pero cientos si no millares de navíos se fueron a pique en el fragor de las batallas o bajo la violencia de las tempestades, llevándose hacia los fondos marinos ánforas romanas, lingotes de oro, cañones y cajas de porcelana china.
Para dar una idea del tráfico marítimo que alcanzó un desarrollo sin precedentes en el siglo XVI, la flota de la Compañía Neerlandesa de las Indias hizo en dos siglos 8.000 viajes de ida y vuelta a China. Pero hasta mediados del siglo XX, ante la imposibilidad de acceder a este museo sumergido, los océanos eran una inmensa caja de caudales en la que dormían esos tesoros de las civilizaciones.
Hace poco más de 2.700 años, dos de los navíos más antiguos descubiertos tuvieron un destino funesto al parecer cuando, cargados de ánforas de vino, se dirigían de Tiro hacia el Egipto faraónico. Esos dos vestigios fenicios, de menos de veinte metros de longitud, fueron localizados en junio de 1999 frente a las costas israelíes por Robert Ballard, descubridor de los restos del Titanic, y Lawrence Stager, arqueólogo de la Universidad de Harvard, a quienes se les había encargado la búsqueda de un submarino israelí, el Dakar, desaparecido en el mar en 1969 con sus 69 tripulantes. Dos pequeños robots submarinos, el Jasón y el Medea, se sumergieron a 300 y 900 metros de profundidad para filmar e iluminar los restos de los dos navíos fenicios y permitieron comprobar que se encontraban en excelente estado de conservación.
Como explica Ballard, las aguas profundas, cuyo contenido de oxígeno disuelto es más débil, constituyen una mejor protección que las aguas bajas: “A esas profundidades, la falta de luz solar y las fuertes presiones permiten conservar esos testimonios históricos mucho mejor de lo que pensábamos.” En efecto, una nave de 3.300 años de edad descubierta cerca de Turquía en aguas menos profundas, así como otras dos naves fenicias, procedentes del siglo vii a.c. halladas cerca de Murcia, en España, se encontraban en mucho peor estado.
El hallazgo de los dos navíos al sur de Israel causó sorpresa, pues se ignoraba que los fenicios comerciaran utilizando esa ruta marítima. Un decantador de vino (prueba de que entonces el vino se decantaba), anclas de piedra, vasijas de barro y un incensario se encontraron en medio de ánforas típicas del estilo de esa época tiria. Ello permitió establecer con aproximación la fecha del naufragio y sobre todo el origen de los barcos. “En un futuro próximo”, según Ballard, “se producirán sin duda otros hallazgos importantes que van a modificar radicalmente el mapa del comercio marítimo de la Antigüedad.” El descubrimiento frente a las costas de Sicilia de navíos romanos ha confirmado una hipótesis controvertida durante mucho tiempo según la cual los romanos eran perfectamente capaces de alejarse de las costas para navegar en aguas profundas.
Avances tecnológicos y nueva legislación
Ahora bien, hasta hace medio siglo, antes de la aparición de la escafandra autónoma, el hombre no tenía ningún medio para acercarse a los restos de naufragios en los fondos marinos. La primera exploración submarina, obra del comandante Jacques-Yves Cousteau, data de 1952 y se llevó a cabo cerca de Marsella, puerto sumamente activo del Mediterráneo romano. El equipo recogió ánforas griegas y romanas que dejaron perplejos a los especialistas pues entre ellas había por lo menos un siglo de diferencia, hasta que advirtieron que estaban en presencia de dos navíos que se habían ido a pique uno sobre otro. En ese entonces, no había ninguna legislación ni órgano de referencia, ni en Francia ni en otro lugar, para esta actividad que era totalmente libre. André Malraux, ministro de Cultura de Francia, creó en 1966 el departamento de investigaciones arqueológicas submarinas del Ministerio de Asuntos Culturales, obligando también a formular una declaración cuando un vestigio se descubre en las aguas territoriales.
En 1989, dos años después de la aprobación de una ley similar en Estados Unidos, el Estado francés se reservó la propiedad exclusiva de los tesoros submarinos sumergidos en sus aguas, mientras que anteriormente era posible compartirlos. Desde entonces, las declaraciones de descubrimiento disminuyeron de 250 al año a menos de 50. Para contrarrestar esta baja, el Estado estableció siete años más tarde la posibilidad de pagar una prima al descubridor, que puede llegar a 30.000 dólares según el interés científico. En la práctica, ésta se abona rara vez. El riesgo del secreto vale la pena, ya que una hermosa ánfora antigua puede negociarse por unos 1.500 dólares en el mercado.
Los aficionados piensan que las ánforas son mudas. Craso error, pues éstas “hablan”: nos informan sobre la época del naufragio, la nacionalidad de los navegantes, por no hablar de los modos de acondicionamiento de los productos transportados. Las más de las veces son ellas las que señalan a los equipos especializados la existencia de restos de barcos antiguos que, en cambio, desaparecen en la arena. Durante catorce siglos, de 770 a.c. a 700 d.c., las ánforas sirvieron para transportar vino, aceite, salmueras, especias, té… Después serán la porcelana y los cañones los que proporcionarán otras señales visibles de los naufragios. Entre las ánforas y estos últimos objetos hay un espacio en blanco, sea porque los restos de los navíos se han desintegrado o permanecen invisibles o porque el tráfico marítimo disminuyó.
Un testimonio histórico y arqueológico
Fue un cañón cubierto de sedimentos marítimos y moluscos el que señaló la presencia, en las cercanías del archipiélago venezolano de Las Aves, de la flota enviada por Luis XIV para expulsar a los holandeses de las Antillas. Después de haber saqueado Tobago, la escuadra al mando del conde Jean d’Estrées puso rumbo a Curação, donde su victoria sobre los holandeses habría sido aplastante si, el 11 de mayo de 1678, la mitad de sus naves —13 buques de guerra y 17 navíos corsarios— no hubieran naufragado a causa de la tempestad. De 5.000 hombres, 500 perecieron en medio de las olas y un millar murieron de hambre y enfermedades tras haber sido arrojados en islas desiertas.
Esta catástrofe dio al traste con las esperanzas de los franceses de reinar sin contrapeso sobre el Mar Caribe, que pronto se convirtió en un refugio de piratas. Pero hoy en día, aunque no enarbolen la bandera negra con una calavera, los piratas no han desaparecido. El venezolano Charles Brewer-Carias y el estadounidense Barry Clifford localizaron en medio de otros vestigios el navío almirante Le Terrible, defendido por 70 cañones y 500 tripulantes. Venezuela, que no dispone de medios para hacer explorar el sitio por un organismo estatal de búsquedas arqueológicas, otorgó a la empresa de obras públicas Mespa una licencia de exclusividad para excavar y comercializar todo lo que pudiera serlo. Clifford se declaró “horrorizado” por la concesión del sitio a un inversor privado: “Algún día el pueblo venezolano se sentirá a su vez horrorizado por lo que se autorizó en Las Aves.” “Trajimos un arqueólogo a bordo del navío de investigación”, se defiende Mespa, que admite sin embargo que desea rentabilizar su inversión creando una “industria” de los descubrimientos.
“Cada vez que se produce una situación similar, los grandes perdedores son los Estados. No es más que una forma moderna de piratería”, afirma John de Bry, arqueólogo de Florida. La empresa privada piensa que puede encontrar efectos personales de valor del conde de Estrées y de sus oficiales, pero los arqueólogos dudan de que una flota de guerra pueda contener un verdadero “tesoro”. En cambio, temen que se pierda el testimonio histórico y arqueológico de los vestigios y de su posición. La construcción de los navíos debería ayudar a entender mejor la arquitectura naval de la época en que Colbert creó una marina real y la industria que la acompañaba.
Efectuar una relación precisa de la posición de los diversos objetos en el fondo antes de izarlos es una operación delicada que toma tiempo y cuesta caro. La exploración submarina es una actividad sumamente onerosa en aras de un resultado aleatorio. Pero como la rentabilidad es la única preocupación de los cazadores de tesoros, y un día de excavaciones cuesta una fortuna, se apresuran a extraer lo que tenga un valor monetario inmediato, aunque deban destruir todo a su paso. Y algunos han llegado incluso a utilizar explosivos. No les interesan los vestigios sin valor que apasionan a los historiadores: una inscripción en el fragmento de una vasija puede indicar una ruta marítima, un pedazo de calzado decirnos mucho sobre la vestimenta de los marinos, un esqueleto revelar heridas o carencias alimentarias. El casco del Maurithius, que naufragó frente a las costas de Guinea de regreso de China en 1609, estaba aún tapizado de casi 20.000 escamas de cinc casi puro, testimonio del adelanto de la metalurgia china frente al retraso de Europa en la materia.
El problema de la concesión de licencias se planteó a una escala aún mayor en el archipiélago portugués de las Azores, uno de los fondos más ricos del planeta, pues constituía una escala obligada en la travesía del Atlántico. El Museo Nacional de Arqueología de Portugal ha contabilizado 850 navíos españoles y portugueses hundidos allí, muchos de ellos cargados de oro. Ochenta y ocho yacen en la bahía de Hangra do Heroismo, donde en 1972 desembarcó el cazador de tesoros británico John Grittan. La aventura concluyó para él con la cárcel, donde pasó casi dos meses, y con la prohibición de proseguir sus actividades. Hasta que casi 25 años después, amparándose en una nueva ley que autoriza a las empresas privadas a excavar los fondos del archipiélago, regresó como director de la sociedad Arqueonáuticas, presidida por el contralmirante Isaías Gomes Texeira, una de las primeras en obtener un permiso para realizar búsquedas y proceder a su explotación.
Uno de los más célebres cazadores de tesoros, Bob Marx, establecido en Florida, se declaró interesado, ofreciendo un reparto al término de la operación: 50% de los descubrimientos para él a menos de 50 metros de profundidad, 70% más allá de este límite. “¡Con esta legislación, hemos sacrificado la historia en el altar del dinero!”, exclama Francisco Alves, director del Museo Nacional de Arqueología de Portugal. Mientras tanto, los españoles analizan febrilmente los tratados de derecho para saber si pueden salvar el patrimonio de sus propios galeones.
A veces, los cazadores de tesoros realizan beneficios colosales. Uno de ellos, Michael Hatcher, de dudosa reputación, obtuvo unos quince millones de dólares de la dispersión de la porcelana china hallada en el Geldermalsen, navío holandés desaparecido en 1752 en el Mar de China. Christie’s, la principal firma mundial de ventas en subasta pública, se especializó en un momento dado en ese tipo de operaciones, pero ahora es más cautelosa en vista de las controversias y dificultades jurídicas que suscitan. Aunque Hatcher declaró haber hallado los restos del naufragio en aguas internacionales, algunos investigadores sostienen que éstos se encontraban en la zona marítima de Indonesia. Ese país inició una investigación, pero uno de sus responsables desapareció al sumergirse en el sitio, lo que ha aumentado el carácter folletinesco del asunto. Indonesia abandonó ulteriormente el procedimiento, pero en medio de rumores insistentes de corrupción de la familia Suharto, que dirigía entonces el país.
“Todo este dinero que circula agrava directamente el peligro, puesto que se reinvierte en nuevas exploraciones”, observa Lyndel Prott, jefa de la sección de normas internacionales del sector de Cultura de la UNESCO. “Los Estados toleran una dilapidación de tesoros bajo el mar que jamás aceptarían bajo tierra.”
domingo, 21 de febrero de 2010
La Batalla de Rande
Ana Mª García Junco del Pino (Historiadora y documentalista)
Rande, ¿ batalla o mito?
En Octubre de 1702 la Ría vivió un suceso bélico que tuvo una gran repercusión en Europa, la famosa batalla del estrecho de Rande.Tras dicho estrecho se había refugiado una flota hispano-francesa de la que formaban parte diecinueve galeones cargados de oro y plata procedentes de las posesiones españolas en América.
Aquellos galeones y los barcos de guerra franceses que los protegían fueron atacados y casi todos hundidos por una gran escuadra anglo holandesa. Buena parte de los tesoros se fueron al fondo lodoso de la Ría, donde se supone que todavía permanecen tras los muchos intentos de rescate que tuvieron lugar a lo largo de los Siglos XVIII y XIX.
Parte del oro y la plata se pudo salvar, otra se hundió y una tercera fue el botín de los vencedores.
Con el oro de Rande se acuñaron en Inglaterra monedas de cinco, una y media guineas; con las de plata de una corona, media corona, un chelín y seis peniques, todas con la efigie de la Reina Ana en su anverso. Circularon a lo largo de muchos años.
La Historia de la batalla
Desplegadas sus velas, entraban en la ría de Vigo los Galeones de la Plata escoltados por navíos franceses. 40 buques que, al mando del almirante Château Renault y el general Manuel Velasco Tejada, transportaban el tesoro más grande que jamás hubiera atravesado el Atlántico, con una tripulación diezmada por la enfermedad y la falta de agua y víveres.
Los apenas mil habitantes de Vigo, el 22 de setiembre víspera de Santa Tecla, contemplaban como enfilaban hacia el estrecho de Rande, a buen paso, buscando refugio. Bello espectáculo, sin duda, aunque presagio de grandes calamidades. Eran tiempos de guerra; la zona estaba desprotegida, pues las escasas fuerzas se batían en Italia y golfo gaditano; Gran Bretaña, Holanda, Austria... habían declarado la guerra a España y ansiaban hacerse con ese botín que iba a anclar en lo más profundo de la ensenada de San Simón, cerca de Redondela.
La plata, los exóticas frutos, aves, plantas y las valiosas mercancías de Filipinas y la América española, a la par que la información reservada de cuanto ocurría allí, hacía más de 3 años que no salían de Veracruz; finalmente, acabada la guerra de sucesión y entronizado el primer Borbón en España, Felipe V, fueron embarcadas en junio de 1702 y salían rumbo a Sevilla, donde eran esperadas con ansiedad por el Consejo de Indias, los comerciantes y toda Europa.
La natural curiosidad del paisanaje congregó a muchas personas, deseosas de ver de cerca los famosos galeones de la plata de la carrera de las Indias y de oir de los labios de los marineros historias de los exóticos paises...;
allí conocieron, además, que la flota fue sorprendida en medio del atlántico por las noticias de los ataques de los ingleses y holandeses a Cádiz; que decidieron variar el rumbo para no caer en manos del enemigo; que el almirante francés pensó conducirla a Brest, importante puerto militar de la Bretaña francesa y que el general español Velasco lo convenció de que la ría de Vigo estaba más cercana y evitarían un posible ataque de los holandeses; que, ya pasadas las islas Cíes, subió a bordo el capitán general de Galicia, príncipe de Barbazón, que había salido de Vigo al avistarlos intentando convencerles de que siguiesen hacia Ferrol, donde estarían más resguardados...
La actividad se hizo entonces frenética en la zona. La prudencia aconsejaba desembarcar la carga, valorada en muchísimos millones, y ponerla a buen recaudo; pero las estrictas leyes de la Casa de la Contratación de Sevilla, que monopolizaba el comercio con las Indias, castigaba con la muerte a todo aquel lo hiciese sin presencia de sus comisionados. Así pues, mientras recibía el permiso de la Corte, el príncipe de Barbazón dispuso la defensa del enclave y organizó los medios para el futuro transporte de la carga.
El estrecho de Rande fue cerrado por una cadena formada por vergas, masteleros, cables, pequeñas anclas y todo aquello que pudiese estorbar al paso de las naves; detrás de ella se colocan los navíos de línea franceses, al fondo los valiosos galeones; los promontorios de Rande y Corbeiro reconstruían sus ruinosas defensas y se armaban con cañones de hierro y bronce sacados de los barcos; a sus pies se excavaban fosas y se recurría a la marinería y a las desentrenadas milicias concejiles para defender estos y los posibles desembarcaderos.
Una parte del tesoro fué desembarcado
Más de 1.500 carretas se habían alquilado –con pago adelantado de un ducado por legua- para transportar la carga en etapas a Pontevedra, Padrón, Lugo... hasta llegar a Segovia. El día 27, al recibir el permiso para el desembarco de la plata de la Real Hacienda, se comienzan a descargar los 3650 cajones que la contenían (7 millones de pesos de plata aprox.) finalizando el día 14.
Juan Larrea, el supervisor del desembarco de la carga de los comerciantes, retrasaba la descarga tratando de ahorrarles el 20% de coste añadido y las posibles pérdidas en el camino; tal vez las naves enemigas pasaran de largo y pudiesen proseguir hasta Sevilla, pensaba...
El ataque
Quiso el azar que el capellán de uno de los barcos de la gran armada de 160 navíos ingleses y holandeses, que ya regresaba a Inglaterra tras los ataques a Cádiz, se enterase de la arribada a Vigo de los galeones, durante la aguada en Lagos. Y que un fraile, abordado en las islas Cíes, lo confirmase. Sin dudarlo, el almirante Rooke, a pesar de su ataque de gota, dispone el ataque.
El 22 de octubre la ría de Vigo se llena de velas enemigas; los cañones de Vigo disparan, pero su corto alcance no logra alcanzar a ninguno de los más de 100 navíos que disponen su plan de ataque: a ambas bandas, 25 navíos con sus brulotes encabezan la formación; las fragatas y bombardas les siguen quedando a retaguardia los navíos mayores. Unos 4.000 hombres de infantería, al mando del duque de Ormond, desembarcan en Domaio y otros tantos lo hacen en Teis, cerca de Redondela, desmantelando las defensas de Rande, tomando las poblaciones ribereñas y haciendo huir a las milicias que las defendían.
La naumaquia empieza pronto; la cadena es rota fácilmente y el fuego de los cañones hace estragos; en ese angosto fondo de botella prácticamente se lucha cuerpo a cuerpo. Los incendios se generalizan a bordo –así la carga se hundirá en el mar y luego será rescatada- y el desconcierto es total. En apenas 5 horas dramáticas, hostigados por mar y tierra, todo está perdido para los españoles: 8 naves incendiadas, 18 apresadas, 10 hundidas, 2 varadas. Imnumerables los muertos y muchos los prisioneros.
El almirante Rooke, ordena desvalijar e incendiar cuantos barcos no puedan acompañarle a Inglaterra; el resto lo hará con su carga y bodegas selladas; ese rico botín –piensa- aumentará su prestigio y acallará las voces de los compatriotas que se oponen a los ingentes gastos que suponen las expediciones marítimas. No olvida seguir la pista a todas las mercancías sacadas de los barcos los días previos, escondidas por lugares cercanos; por su parte, Ormond, reparte entre la infantería los bienes encontrados en tierra y planea seguir la conquista hasta Vigo. Pero la tentación de volver a Gran Bretaña, victoriosos y con un gran botín, le decide a desistir de su plan.
El 31 de octubre, profusamente engalanados los mástiles y sonando las trompetas, la armada victoriosa pasa frente a Vigo llevando su botín. Al fondo de la ría queda la muerte, la desolación, la ruina... y el nacimiento de un mito: los tesoros hundidos en la bahía de San Simón, en Rande.
La fama de Rande
A partir de entonces el nombre de Vigo se popularizó en Europa, debido a la abundante documentación que generó el suceso, con impresión de numerosos grabados conmemorativos y de artísticos mapas para explicar y perpetuar la batalla.
La Batalla de Rande, en fin, sirvió para inspirar a Julio Verne.
En su novela " Veinte mil leguas de viaje submarino" convierte al capitán Nemo en uno de los primeros buscadores de tesoros. Su legendaria nave el Nautilus había sido financiada con parte del tesoro de Rande. Nemo regresó a lo largo de su novela a la ría de Vigo en busca de más riquezas necesarias para mantener su numerosa tripulación y su sofisticada nave.
Nemo fue el primero pero tras él buscadores de tesoros famosos en el mundo entero se acercaron a la bahía con intención de rescatar del fondo del mar alguno de los galeones cargados con riquezas inimaginables.
De los ciento ocho millones de piezas de plata, oro y otras mercancías preciosas que viajaban en los navíos españoles, la flota de piratas anglo-holandeses, tras la feroz batalla, se llevó unos cuarenta millones de piezas. El resto permanece, hoy, en el fondo de la ría viguesa, sin que nadie haya rescatado ningún tesoro de cuantía importante.
El fondo del mar parece haber engullido la historia y las riquezas y aunque cuentan los más viejos que las playas acostumbran a teñirse de oro cuando el mar decide devolver parte de lo que descansa en el lecho submarino, no existen testigos fiables de estos acontecimientos.
Es posible que en el futuro gracias a las nuevas tecnologías la recuperación de las riquezas perdidas pueda ser una realidad. Hasta el momento es solo un sueño mantenido vivo por los buscadores de tesoros que regularmente se acercan por estas costas esperando ser los afortunados que sean capaces de arrebatarle al mar lo que en tan lejanas fechas se depositó en el lecho marino.
Rande, ¿ batalla o mito?
En Octubre de 1702 la Ría vivió un suceso bélico que tuvo una gran repercusión en Europa, la famosa batalla del estrecho de Rande.Tras dicho estrecho se había refugiado una flota hispano-francesa de la que formaban parte diecinueve galeones cargados de oro y plata procedentes de las posesiones españolas en América.
Aquellos galeones y los barcos de guerra franceses que los protegían fueron atacados y casi todos hundidos por una gran escuadra anglo holandesa. Buena parte de los tesoros se fueron al fondo lodoso de la Ría, donde se supone que todavía permanecen tras los muchos intentos de rescate que tuvieron lugar a lo largo de los Siglos XVIII y XIX.
Parte del oro y la plata se pudo salvar, otra se hundió y una tercera fue el botín de los vencedores.
Con el oro de Rande se acuñaron en Inglaterra monedas de cinco, una y media guineas; con las de plata de una corona, media corona, un chelín y seis peniques, todas con la efigie de la Reina Ana en su anverso. Circularon a lo largo de muchos años.
La Historia de la batalla
Desplegadas sus velas, entraban en la ría de Vigo los Galeones de la Plata escoltados por navíos franceses. 40 buques que, al mando del almirante Château Renault y el general Manuel Velasco Tejada, transportaban el tesoro más grande que jamás hubiera atravesado el Atlántico, con una tripulación diezmada por la enfermedad y la falta de agua y víveres.
Los apenas mil habitantes de Vigo, el 22 de setiembre víspera de Santa Tecla, contemplaban como enfilaban hacia el estrecho de Rande, a buen paso, buscando refugio. Bello espectáculo, sin duda, aunque presagio de grandes calamidades. Eran tiempos de guerra; la zona estaba desprotegida, pues las escasas fuerzas se batían en Italia y golfo gaditano; Gran Bretaña, Holanda, Austria... habían declarado la guerra a España y ansiaban hacerse con ese botín que iba a anclar en lo más profundo de la ensenada de San Simón, cerca de Redondela.
La plata, los exóticas frutos, aves, plantas y las valiosas mercancías de Filipinas y la América española, a la par que la información reservada de cuanto ocurría allí, hacía más de 3 años que no salían de Veracruz; finalmente, acabada la guerra de sucesión y entronizado el primer Borbón en España, Felipe V, fueron embarcadas en junio de 1702 y salían rumbo a Sevilla, donde eran esperadas con ansiedad por el Consejo de Indias, los comerciantes y toda Europa.
La natural curiosidad del paisanaje congregó a muchas personas, deseosas de ver de cerca los famosos galeones de la plata de la carrera de las Indias y de oir de los labios de los marineros historias de los exóticos paises...;
allí conocieron, además, que la flota fue sorprendida en medio del atlántico por las noticias de los ataques de los ingleses y holandeses a Cádiz; que decidieron variar el rumbo para no caer en manos del enemigo; que el almirante francés pensó conducirla a Brest, importante puerto militar de la Bretaña francesa y que el general español Velasco lo convenció de que la ría de Vigo estaba más cercana y evitarían un posible ataque de los holandeses; que, ya pasadas las islas Cíes, subió a bordo el capitán general de Galicia, príncipe de Barbazón, que había salido de Vigo al avistarlos intentando convencerles de que siguiesen hacia Ferrol, donde estarían más resguardados...
La actividad se hizo entonces frenética en la zona. La prudencia aconsejaba desembarcar la carga, valorada en muchísimos millones, y ponerla a buen recaudo; pero las estrictas leyes de la Casa de la Contratación de Sevilla, que monopolizaba el comercio con las Indias, castigaba con la muerte a todo aquel lo hiciese sin presencia de sus comisionados. Así pues, mientras recibía el permiso de la Corte, el príncipe de Barbazón dispuso la defensa del enclave y organizó los medios para el futuro transporte de la carga.
El estrecho de Rande fue cerrado por una cadena formada por vergas, masteleros, cables, pequeñas anclas y todo aquello que pudiese estorbar al paso de las naves; detrás de ella se colocan los navíos de línea franceses, al fondo los valiosos galeones; los promontorios de Rande y Corbeiro reconstruían sus ruinosas defensas y se armaban con cañones de hierro y bronce sacados de los barcos; a sus pies se excavaban fosas y se recurría a la marinería y a las desentrenadas milicias concejiles para defender estos y los posibles desembarcaderos.
Una parte del tesoro fué desembarcado
Más de 1.500 carretas se habían alquilado –con pago adelantado de un ducado por legua- para transportar la carga en etapas a Pontevedra, Padrón, Lugo... hasta llegar a Segovia. El día 27, al recibir el permiso para el desembarco de la plata de la Real Hacienda, se comienzan a descargar los 3650 cajones que la contenían (7 millones de pesos de plata aprox.) finalizando el día 14.
Juan Larrea, el supervisor del desembarco de la carga de los comerciantes, retrasaba la descarga tratando de ahorrarles el 20% de coste añadido y las posibles pérdidas en el camino; tal vez las naves enemigas pasaran de largo y pudiesen proseguir hasta Sevilla, pensaba...
El ataque
Quiso el azar que el capellán de uno de los barcos de la gran armada de 160 navíos ingleses y holandeses, que ya regresaba a Inglaterra tras los ataques a Cádiz, se enterase de la arribada a Vigo de los galeones, durante la aguada en Lagos. Y que un fraile, abordado en las islas Cíes, lo confirmase. Sin dudarlo, el almirante Rooke, a pesar de su ataque de gota, dispone el ataque.
El 22 de octubre la ría de Vigo se llena de velas enemigas; los cañones de Vigo disparan, pero su corto alcance no logra alcanzar a ninguno de los más de 100 navíos que disponen su plan de ataque: a ambas bandas, 25 navíos con sus brulotes encabezan la formación; las fragatas y bombardas les siguen quedando a retaguardia los navíos mayores. Unos 4.000 hombres de infantería, al mando del duque de Ormond, desembarcan en Domaio y otros tantos lo hacen en Teis, cerca de Redondela, desmantelando las defensas de Rande, tomando las poblaciones ribereñas y haciendo huir a las milicias que las defendían.
La naumaquia empieza pronto; la cadena es rota fácilmente y el fuego de los cañones hace estragos; en ese angosto fondo de botella prácticamente se lucha cuerpo a cuerpo. Los incendios se generalizan a bordo –así la carga se hundirá en el mar y luego será rescatada- y el desconcierto es total. En apenas 5 horas dramáticas, hostigados por mar y tierra, todo está perdido para los españoles: 8 naves incendiadas, 18 apresadas, 10 hundidas, 2 varadas. Imnumerables los muertos y muchos los prisioneros.
El almirante Rooke, ordena desvalijar e incendiar cuantos barcos no puedan acompañarle a Inglaterra; el resto lo hará con su carga y bodegas selladas; ese rico botín –piensa- aumentará su prestigio y acallará las voces de los compatriotas que se oponen a los ingentes gastos que suponen las expediciones marítimas. No olvida seguir la pista a todas las mercancías sacadas de los barcos los días previos, escondidas por lugares cercanos; por su parte, Ormond, reparte entre la infantería los bienes encontrados en tierra y planea seguir la conquista hasta Vigo. Pero la tentación de volver a Gran Bretaña, victoriosos y con un gran botín, le decide a desistir de su plan.
El 31 de octubre, profusamente engalanados los mástiles y sonando las trompetas, la armada victoriosa pasa frente a Vigo llevando su botín. Al fondo de la ría queda la muerte, la desolación, la ruina... y el nacimiento de un mito: los tesoros hundidos en la bahía de San Simón, en Rande.
La fama de Rande
A partir de entonces el nombre de Vigo se popularizó en Europa, debido a la abundante documentación que generó el suceso, con impresión de numerosos grabados conmemorativos y de artísticos mapas para explicar y perpetuar la batalla.
La Batalla de Rande, en fin, sirvió para inspirar a Julio Verne.
En su novela " Veinte mil leguas de viaje submarino" convierte al capitán Nemo en uno de los primeros buscadores de tesoros. Su legendaria nave el Nautilus había sido financiada con parte del tesoro de Rande. Nemo regresó a lo largo de su novela a la ría de Vigo en busca de más riquezas necesarias para mantener su numerosa tripulación y su sofisticada nave.
Nemo fue el primero pero tras él buscadores de tesoros famosos en el mundo entero se acercaron a la bahía con intención de rescatar del fondo del mar alguno de los galeones cargados con riquezas inimaginables.
De los ciento ocho millones de piezas de plata, oro y otras mercancías preciosas que viajaban en los navíos españoles, la flota de piratas anglo-holandeses, tras la feroz batalla, se llevó unos cuarenta millones de piezas. El resto permanece, hoy, en el fondo de la ría viguesa, sin que nadie haya rescatado ningún tesoro de cuantía importante.
El fondo del mar parece haber engullido la historia y las riquezas y aunque cuentan los más viejos que las playas acostumbran a teñirse de oro cuando el mar decide devolver parte de lo que descansa en el lecho submarino, no existen testigos fiables de estos acontecimientos.
Es posible que en el futuro gracias a las nuevas tecnologías la recuperación de las riquezas perdidas pueda ser una realidad. Hasta el momento es solo un sueño mantenido vivo por los buscadores de tesoros que regularmente se acercan por estas costas esperando ser los afortunados que sean capaces de arrebatarle al mar lo que en tan lejanas fechas se depositó en el lecho marino.
La Arqueología Subacuática en España
Junta de Andalucía
Contamos en Andalucía con una ingente documentación relativa al Patrimonio Arqueológico Subacuático generada por la intensa relación comercial del territorio andaluz con otros pueblos desde la más remota antigüedad. Archivos, bibliotecas, hemerotecas, cartotecas, etc, tanto de carácter público como privado, depositan entre sus fondos documentos de diversa tipología que contienen información sobre este patrimonio: fuentes impresas (monografías, publicaciones seriadas), fuentes manuscritas (protocolos notariales, expedientes de naufragios, derroteros) así como documentación gráfica (mapas, cartas náuticas, portulanos).
Una valiosa fuente de información para los investigadores interesados en el tráfico comercial indiano es el Archivo General de Indias con sede en la ciudad de Sevilla. Creado en 1785 por orden del rey Carlos III, este Archivo custodia toda la documentación administrativa generada por las relaciones de la metrópolis española con las colonias americanas durante más de tres siglos. Otras fuentes de información valiosas son las orales. Pescadores y buceadores deportivos, como buenos conocedores de su territorio, pueden contribuir a localizar restos arqueológicos sumergidos en aguas andaluzas.
Previo al comienzo de cualquier actuación arqueológica es imprescindible la realización de un trabajo de documentación que sistematice las fuentes de información que, tanto escritas como orales, haya sobre la zona en la que se va a trabajar. En este sentido el Centro de Arqueología Subacuática del IAPH ha elaborado un análisis de estas fuentes relacionadas con el Patrimonio Arqueológico Subacuático de cada una de las provincias andaluzas que poseen litoral marino. Al mismo tiempo fueron revisados los fondos documentales de distintos archivos administrativos (Autoridades Portuarias, Demarcaciones de Costa, etc). Este compendio, incluido en la Carta de Riesgo Antrópico del litoral andaluz, trata de valorar el potencial de las fuentes documentales marcando líneas prioritarias de investigación en función de su riqueza informativa.
Contamos en Andalucía con una ingente documentación relativa al Patrimonio Arqueológico Subacuático generada por la intensa relación comercial del territorio andaluz con otros pueblos desde la más remota antigüedad. Archivos, bibliotecas, hemerotecas, cartotecas, etc, tanto de carácter público como privado, depositan entre sus fondos documentos de diversa tipología que contienen información sobre este patrimonio: fuentes impresas (monografías, publicaciones seriadas), fuentes manuscritas (protocolos notariales, expedientes de naufragios, derroteros) así como documentación gráfica (mapas, cartas náuticas, portulanos).
Una valiosa fuente de información para los investigadores interesados en el tráfico comercial indiano es el Archivo General de Indias con sede en la ciudad de Sevilla. Creado en 1785 por orden del rey Carlos III, este Archivo custodia toda la documentación administrativa generada por las relaciones de la metrópolis española con las colonias americanas durante más de tres siglos. Otras fuentes de información valiosas son las orales. Pescadores y buceadores deportivos, como buenos conocedores de su territorio, pueden contribuir a localizar restos arqueológicos sumergidos en aguas andaluzas.
Previo al comienzo de cualquier actuación arqueológica es imprescindible la realización de un trabajo de documentación que sistematice las fuentes de información que, tanto escritas como orales, haya sobre la zona en la que se va a trabajar. En este sentido el Centro de Arqueología Subacuática del IAPH ha elaborado un análisis de estas fuentes relacionadas con el Patrimonio Arqueológico Subacuático de cada una de las provincias andaluzas que poseen litoral marino. Al mismo tiempo fueron revisados los fondos documentales de distintos archivos administrativos (Autoridades Portuarias, Demarcaciones de Costa, etc). Este compendio, incluido en la Carta de Riesgo Antrópico del litoral andaluz, trata de valorar el potencial de las fuentes documentales marcando líneas prioritarias de investigación en función de su riqueza informativa.
Un tesoro arqueológico bajo el agua
Andalucía / El Ideal
Andalucía cuenta con un tesoro arqueológico de valor incalculable bajo el agua. Buques hundidos, estatuas medievales, cerámicas y otros restos yacen en el fondo marino que rodea al litoral andaluz. El Centro de Arqueología Subacuática (CAS) de Cádiz se ocupa de la documentación, conservación, estudio y difusión de estas riquezas históricas.
Carmen García Rivera, directora del CAS, explica que la Batalla de Trafalgar, que tuvo lugar en 1805 cuando los aliados intentaron derrocar a Napoleón, es la línea de investigación principal en la comunidad. Así, yacimientos como el Bajo de Chapitel (Cádiz) cuenta con 28 cañones de hierro y numerosos restos cerámicos que podrían pertenecer al naufragio del 'Bucentaure', un buque que participó en esta contienda.
Por otro lado, el yacimiento de Punta de la Mona, en Almuñécar (Granada), el de Los Escullos-El Águila (Almería), o el de Los Santos en Benalmádena (Málaga) son algunos de los más abundantes। Este último ha permitido la recuperación de estatuas de corte clásico que representan a Dionisio, Cupido y otras divinidades.
A la hora de estudiar los tesoros que se encuentran en las aguas andaluzas, los científicos se tropiezan con un dilema, o bien extraer los objetos del fondo para su mejor datación histórica y para exhibirlos en museos, o bien renunciar al conocimiento histórico en favor de la conservación de estos restos y estudiarlos in situ. En ambos casos los investigadores precisan de una tecnología muy sofisticada para localizar y estudiar estas reliquias subacuáticas.
De esta manera, el investigador de la Universidad de Málaga Javier Laserna colabora con el CAS en una novedosa técnica, electroscopia de plasma inducido por láser, que sirve para reconocer el fondo marino en busca de tesoros.
«Esta técnica permite detectar la presencia de elementos y determinar su concentración y abundancia», subraya Laserna, quien añade que se trata de «un instrumento único en su especie a nivel mundial» y muy necesario para explorar el fondo del mar sin usar técnicas invasivas que puedan llegar a deteriorarlo.
Por otro lado, la Unidad de Buceo Tecnológico y Científico de la Universidad de Cádiz trabaja en una moderna línea de investigación, la arqueometalurgia, que sirve para investigar la naturaleza química de los materiales encontrados, un aspecto clave para datar los tesoros hallados o descubrir el uso que tenían en el pasado. Además, estos conocimientos ayudan a encontrar la mejor manera de conservar o estudiar in situ estos objetos.
Patrimonio sumergido
No obstante, una de las tareas más importantes de cara a la labor que desempeñan los investigadores que buscan y estudian reliquias submarinas es la documentación, según destaca la directora del CAS. Es decir, la identificación y evaluación de toda la información procedente del patrimonio arqueológico sumergido en una misma base de datos para que los expertos en este campo puedan compartir los resultados de su trabajo.
Esta fue una de las primeras misiones que recibió el CAS y se trata de un proyecto abierto, ya que los expertos no paran de sumar nuevos datos y descubrimientos. Para esta labor, el centro andaluz se ha centrado en los restos que han quedado de la Batalla de Trafalgar, y ha realizado una primera fase para localizar y analizar las diversas fuentes documentales y arqueológicas que pueden ofrecer información de dónde se produjeron naufragios.
Una segunda etapa en la que se han llevado a cabo diversas campañas de prospección geográfica y visual en estas zonas para localizar posibles navíos hundidos, y una tercera para sondear los yacimientos encontrados. El objetivo es saber qué regiones son más ricas y a la vez más vulnerables a la erosión.
Andalucía cuenta con un tesoro arqueológico de valor incalculable bajo el agua. Buques hundidos, estatuas medievales, cerámicas y otros restos yacen en el fondo marino que rodea al litoral andaluz. El Centro de Arqueología Subacuática (CAS) de Cádiz se ocupa de la documentación, conservación, estudio y difusión de estas riquezas históricas.
Carmen García Rivera, directora del CAS, explica que la Batalla de Trafalgar, que tuvo lugar en 1805 cuando los aliados intentaron derrocar a Napoleón, es la línea de investigación principal en la comunidad. Así, yacimientos como el Bajo de Chapitel (Cádiz) cuenta con 28 cañones de hierro y numerosos restos cerámicos que podrían pertenecer al naufragio del 'Bucentaure', un buque que participó en esta contienda.
Por otro lado, el yacimiento de Punta de la Mona, en Almuñécar (Granada), el de Los Escullos-El Águila (Almería), o el de Los Santos en Benalmádena (Málaga) son algunos de los más abundantes। Este último ha permitido la recuperación de estatuas de corte clásico que representan a Dionisio, Cupido y otras divinidades.
A la hora de estudiar los tesoros que se encuentran en las aguas andaluzas, los científicos se tropiezan con un dilema, o bien extraer los objetos del fondo para su mejor datación histórica y para exhibirlos en museos, o bien renunciar al conocimiento histórico en favor de la conservación de estos restos y estudiarlos in situ. En ambos casos los investigadores precisan de una tecnología muy sofisticada para localizar y estudiar estas reliquias subacuáticas.
De esta manera, el investigador de la Universidad de Málaga Javier Laserna colabora con el CAS en una novedosa técnica, electroscopia de plasma inducido por láser, que sirve para reconocer el fondo marino en busca de tesoros.
«Esta técnica permite detectar la presencia de elementos y determinar su concentración y abundancia», subraya Laserna, quien añade que se trata de «un instrumento único en su especie a nivel mundial» y muy necesario para explorar el fondo del mar sin usar técnicas invasivas que puedan llegar a deteriorarlo.
Por otro lado, la Unidad de Buceo Tecnológico y Científico de la Universidad de Cádiz trabaja en una moderna línea de investigación, la arqueometalurgia, que sirve para investigar la naturaleza química de los materiales encontrados, un aspecto clave para datar los tesoros hallados o descubrir el uso que tenían en el pasado. Además, estos conocimientos ayudan a encontrar la mejor manera de conservar o estudiar in situ estos objetos.
Patrimonio sumergido
No obstante, una de las tareas más importantes de cara a la labor que desempeñan los investigadores que buscan y estudian reliquias submarinas es la documentación, según destaca la directora del CAS. Es decir, la identificación y evaluación de toda la información procedente del patrimonio arqueológico sumergido en una misma base de datos para que los expertos en este campo puedan compartir los resultados de su trabajo.
Esta fue una de las primeras misiones que recibió el CAS y se trata de un proyecto abierto, ya que los expertos no paran de sumar nuevos datos y descubrimientos. Para esta labor, el centro andaluz se ha centrado en los restos que han quedado de la Batalla de Trafalgar, y ha realizado una primera fase para localizar y analizar las diversas fuentes documentales y arqueológicas que pueden ofrecer información de dónde se produjeron naufragios.
Una segunda etapa en la que se han llevado a cabo diversas campañas de prospección geográfica y visual en estas zonas para localizar posibles navíos hundidos, y una tercera para sondear los yacimientos encontrados. El objetivo es saber qué regiones son más ricas y a la vez más vulnerables a la erosión.
Tras el rastro de Trafalgar
El Centro de Arqueología Subacuática culmina su labor sobre la batalla
Pedro Espinosa - Cádiz - 28/07/2007
Es sólo una amalgama de hierros sumergida en el mar. O un jeroglífico hundido todavía por resolver. Los restos de un barco aparecidos bajo las aguas de Camposoto, en San Fernando (Cádiz), podrían corresponderse al Fougueux, un barco francés hundido en la batalla de Trafalgar (1805). Es algo que se sospecha desde hace años pero que hasta hoy nadie ha podido comprobar científicamente. De eso se está encargando el Centro de Arqueología Subacuática de Andalucía (CAS), con sede en Cádiz, que ha contado estos días con la presencia de tres investigadores externos de Francia y el País Vasco. La aparición el pasado miércoles de un botón de un uniforme, al parecer de un marinero galo, en unas de las inmersiones realizadas por los expertos abre nuevas posibilidades para dar autenticidad a los restos.
Tres han sido los investigadores que estos días han visitado la capital gaditana para colaborar con el CAS. Son el experto en arquitectura naval francesa Eric Rieth, del Museo de la Marina de París y del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia; Martine Acerra, de la Universidad de Nantes, y Manuel Izaguirre, de la Diputación Foral de Guipúzcoa. Se han centrado en el pecio encontrado en Camposoto. Hace un mes ya habían trabajado en la zona conocida como bajo de Chapitel, frente a la playa de la Caleta de Cádiz, donde se cree que descansa otro barco francés hundido en la misma batalla, el Bucentaure. "Tratamos de identificar estos barcos con los restos que siguen estando en el fondo", detalla Izaguirre.
Cañones y munición
Lo que ocurre es que lo que queda bajo el mar está muy lejos de parecer un navío. Lo que permanece hundido es imposible de comparar a simple vista con dibujos o referentes visuales de lo que pudieron ser esos barcos. "Lo que hay es un amasijo de hierros, de cañones, de munición que forma una amalgama. Apenas es una centésima de lo que pudo ser ese barco. Nuestra tarea es interpretar lo que queda y poder obtener una conclusión certera de que esos restos son los que creemos", agrega Izaguirre.
Desde hace muchos años los buzos aficionados han ido descubriendo estos yacimientos. Algunas piezas incluso se guardan en algunos museos. Pero, hasta ahora, nadie se ha detenido a comprobar científicamente la autenticidad de esas sospechas. Las pistas son cuantiosas pero las que pueden aportar datos fundamentales o decisorios son escasas. En la sede del CAS descansan dos cañones extraídos del mar que están siendo sometidos a procesos de conservación. Su estudio ha podido determinar que son propios de la artillería francesa y que podrían pertenecer a una época coetánea al momento en que se enfrentaron la armada inglesa y la aliada francoespañola hace casi 202 años.
En las últimas inmersiones han aparecido más objetos. Por ejemplo, un botón. "Podría corresponder a la marinería que llevaba el barco", relata Izaguirre. Tras el trabajo de campo en el mar, su labor y la del resto de investigadores será revisar en archivos franceses, contactar con otros expertos, repasar la lista de embarque y comprobar si pudiera pertenecer a la ropa propia de alguna guarnición. El botón sería una prueba más para poder cerrar la investigación y, con ella, el proyecto Trafalgar, iniciado casi al mismo tiempo en que comenzó su andadura el Centro de Arqueología Subacuática de Andalucía hace ahora 10 años. Para este aniversario la delegación de Cultura de la Junta en Cádiz quiere abrir en octubre una exposición que repasará la trayectoria de este organismo y que exhibirá parte de los hallazgos realizados.
Pedro Espinosa - Cádiz - 28/07/2007
Es sólo una amalgama de hierros sumergida en el mar. O un jeroglífico hundido todavía por resolver. Los restos de un barco aparecidos bajo las aguas de Camposoto, en San Fernando (Cádiz), podrían corresponderse al Fougueux, un barco francés hundido en la batalla de Trafalgar (1805). Es algo que se sospecha desde hace años pero que hasta hoy nadie ha podido comprobar científicamente. De eso se está encargando el Centro de Arqueología Subacuática de Andalucía (CAS), con sede en Cádiz, que ha contado estos días con la presencia de tres investigadores externos de Francia y el País Vasco. La aparición el pasado miércoles de un botón de un uniforme, al parecer de un marinero galo, en unas de las inmersiones realizadas por los expertos abre nuevas posibilidades para dar autenticidad a los restos.
Tres han sido los investigadores que estos días han visitado la capital gaditana para colaborar con el CAS. Son el experto en arquitectura naval francesa Eric Rieth, del Museo de la Marina de París y del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia; Martine Acerra, de la Universidad de Nantes, y Manuel Izaguirre, de la Diputación Foral de Guipúzcoa. Se han centrado en el pecio encontrado en Camposoto. Hace un mes ya habían trabajado en la zona conocida como bajo de Chapitel, frente a la playa de la Caleta de Cádiz, donde se cree que descansa otro barco francés hundido en la misma batalla, el Bucentaure. "Tratamos de identificar estos barcos con los restos que siguen estando en el fondo", detalla Izaguirre.
Cañones y munición
Lo que ocurre es que lo que queda bajo el mar está muy lejos de parecer un navío. Lo que permanece hundido es imposible de comparar a simple vista con dibujos o referentes visuales de lo que pudieron ser esos barcos. "Lo que hay es un amasijo de hierros, de cañones, de munición que forma una amalgama. Apenas es una centésima de lo que pudo ser ese barco. Nuestra tarea es interpretar lo que queda y poder obtener una conclusión certera de que esos restos son los que creemos", agrega Izaguirre.
Desde hace muchos años los buzos aficionados han ido descubriendo estos yacimientos. Algunas piezas incluso se guardan en algunos museos. Pero, hasta ahora, nadie se ha detenido a comprobar científicamente la autenticidad de esas sospechas. Las pistas son cuantiosas pero las que pueden aportar datos fundamentales o decisorios son escasas. En la sede del CAS descansan dos cañones extraídos del mar que están siendo sometidos a procesos de conservación. Su estudio ha podido determinar que son propios de la artillería francesa y que podrían pertenecer a una época coetánea al momento en que se enfrentaron la armada inglesa y la aliada francoespañola hace casi 202 años.
En las últimas inmersiones han aparecido más objetos. Por ejemplo, un botón. "Podría corresponder a la marinería que llevaba el barco", relata Izaguirre. Tras el trabajo de campo en el mar, su labor y la del resto de investigadores será revisar en archivos franceses, contactar con otros expertos, repasar la lista de embarque y comprobar si pudiera pertenecer a la ropa propia de alguna guarnición. El botón sería una prueba más para poder cerrar la investigación y, con ella, el proyecto Trafalgar, iniciado casi al mismo tiempo en que comenzó su andadura el Centro de Arqueología Subacuática de Andalucía hace ahora 10 años. Para este aniversario la delegación de Cultura de la Junta en Cádiz quiere abrir en octubre una exposición que repasará la trayectoria de este organismo y que exhibirá parte de los hallazgos realizados.
Un nuevo sistema informático ayuda a estudiar los restos sumergidos
Elpais.com / Cádiz - 07/05/2007
Tras una década de funcionamiento, el Centro Andaluz de Arqueología Subacuática (CAS) ultima la que será una de sus herramientas fundamentales: el proyecto Signauta. En él trabajan sus técnicos. Se trata de un sistema de información para la gestión del patrimonio arqueológico subacuático de Andalucía. Un instrumento informático novedoso que pondrá a disposición de los investigadores la amplia labor documental desarrollada en este centro gaditano desde su creación.
En Signauta se integrarán todos los datos cartográficos e históricos que ha ido acumulando el departamento de documentación, formación y difusión del CAS en estos años. Cuando un investigador necesite información sobre un espacio determinado del litoral andaluz, podrá tener acceso a esta herramienta. De momento se está cerrando la estructura y el diseño de la aplicación informática. Después se le irán añadiendo los datos.
Entre los yacimientos que se incluirán estarán los de Camposoto, en San Fernando (Cádiz), y el bajo de Chapitel, en la gaditana playa de la Caleta. Allí han aparecido los restos de los que se sospechan que pueden ser dos barcos hundidos en la batalla de Trafalgar, el Fougueux y el Bucentaure. Es objetivo de los responsables del CAS poder cerrar este año este proyecto en torno a la contienda que enfrentó en 1805 a la armada inglesa con la aliada francoespañola.
Cañones del XIX
Los arqueólogos de la Junta tratan de demostrar que estos dos pecios corresponden realmente a estos barcos. Todo lo encontrado hasta ahora corrobora las bases documentales con las que han trabajado. En el yacimiento de Camposoto han sido hallados hasta 27 cañones que corresponderían con la época; en el del bajo de Chapitel, 23. Dos de ellos fueron extraídos para su estudio y se conservan en el interior de la sede del CAS, en el balneario de la Palma.
La investigación se intensificará este verano. Acudirán de nuevo a Cádiz tres expertos: Eric Rieth, del Museo Nacional de la Marina de París; Martine Acerra, de la Universidad de Nantes y Manuel Izaguirre, de la Diputación Foral de Guipúzcoa. Si finalmente el CAS puede documentar que esos restos pertenecen al Bucentaure y al Fougueux se dará aviso oficial a Francia, país al que siguen perteneciendo estas embarcaciones.
Los restos de Trafalgar, como la mayoría de yacimientos subacuáticos, seguirán bajo el agua. Las extracciones sólo se realizan en caso de riesgo de expolio o justificadas en la investigación. Permanecen sumergidos para garantizar la realización de visitas. También a la espera de que nuevas técnicas, todavía no descubiertas, permitan investigar mejor y recuperar estos restos con la garantía de que no serán dañados.
Tras una década de funcionamiento, el Centro Andaluz de Arqueología Subacuática (CAS) ultima la que será una de sus herramientas fundamentales: el proyecto Signauta. En él trabajan sus técnicos. Se trata de un sistema de información para la gestión del patrimonio arqueológico subacuático de Andalucía. Un instrumento informático novedoso que pondrá a disposición de los investigadores la amplia labor documental desarrollada en este centro gaditano desde su creación.
En Signauta se integrarán todos los datos cartográficos e históricos que ha ido acumulando el departamento de documentación, formación y difusión del CAS en estos años. Cuando un investigador necesite información sobre un espacio determinado del litoral andaluz, podrá tener acceso a esta herramienta. De momento se está cerrando la estructura y el diseño de la aplicación informática. Después se le irán añadiendo los datos.
Entre los yacimientos que se incluirán estarán los de Camposoto, en San Fernando (Cádiz), y el bajo de Chapitel, en la gaditana playa de la Caleta. Allí han aparecido los restos de los que se sospechan que pueden ser dos barcos hundidos en la batalla de Trafalgar, el Fougueux y el Bucentaure. Es objetivo de los responsables del CAS poder cerrar este año este proyecto en torno a la contienda que enfrentó en 1805 a la armada inglesa con la aliada francoespañola.
Cañones del XIX
Los arqueólogos de la Junta tratan de demostrar que estos dos pecios corresponden realmente a estos barcos. Todo lo encontrado hasta ahora corrobora las bases documentales con las que han trabajado. En el yacimiento de Camposoto han sido hallados hasta 27 cañones que corresponderían con la época; en el del bajo de Chapitel, 23. Dos de ellos fueron extraídos para su estudio y se conservan en el interior de la sede del CAS, en el balneario de la Palma.
La investigación se intensificará este verano. Acudirán de nuevo a Cádiz tres expertos: Eric Rieth, del Museo Nacional de la Marina de París; Martine Acerra, de la Universidad de Nantes y Manuel Izaguirre, de la Diputación Foral de Guipúzcoa. Si finalmente el CAS puede documentar que esos restos pertenecen al Bucentaure y al Fougueux se dará aviso oficial a Francia, país al que siguen perteneciendo estas embarcaciones.
Los restos de Trafalgar, como la mayoría de yacimientos subacuáticos, seguirán bajo el agua. Las extracciones sólo se realizan en caso de riesgo de expolio o justificadas en la investigación. Permanecen sumergidos para garantizar la realización de visitas. También a la espera de que nuevas técnicas, todavía no descubiertas, permitan investigar mejor y recuperar estos restos con la garantía de que no serán dañados.
Un tesoro arqueológico bajo el agua
Ideal de Granada / 31-12-2009
Andalucía cuenta con un tesoro arqueológico de valor incalculable bajo el agua. Buques hundidos, estatuas medievales, cerámicas y otros restos yacen en el fondo marino que rodea al litoral andaluz. El Centro de Arqueología Subacuática (CAS) de Cádiz se ocupa de la documentación, conservación, estudio y difusión de estas riquezas históricas.
Carmen García Rivera, directora del CAS, explica que la Batalla de Trafalgar, que tuvo lugar en 1805 cuando los aliados intentaron derrocar a Napoleón, es la línea de investigación principal en la comunidad. Así, yacimientos como el Bajo de Chapitel (Cádiz) cuenta con 28 cañones de hierro y numerosos restos cerámicos que podrían pertenecer al naufragio del 'Bucentaure', un buque que participó en esta contienda.
Por otro lado, el yacimiento de Punta de la Mona, en Almuñécar (Granada), el de Los Escullos-El Águila (Almería), o el de Los Santos en Benalmádena (Málaga) son algunos de los más abundantes. Este último ha permitido la recuperación de estatuas de corte clásico que representan a Dionisio, Cupido y otras divinidades.
A la hora de estudiar los tesoros que se encuentran en las aguas andaluzas, los científicos se tropiezan con un dilema, o bien extraer los objetos del fondo para su mejor datación histórica y para exhibirlos en museos, o bien renunciar al conocimiento histórico en favor de la conservación de estos restos y estudiarlos in situ. En ambos casos los investigadores precisan de una tecnología muy sofisticada para localizar y estudiar estas reliquias subacuáticas.
De esta manera, el investigador de la Universidad de Málaga Javier Laserna colabora con el CAS en una novedosa técnica, electroscopia de plasma inducido por láser, que sirve para reconocer el fondo marino en busca de tesoros.
«Esta técnica permite detectar la presencia de elementos y determinar su concentración y abundancia», subraya Laserna, quien añade que se trata de «un instrumento único en su especie a nivel mundial» y muy necesario para explorar el fondo del mar sin usar técnicas invasivas que puedan llegar a deteriorarlo.
Por otro lado, la Unidad de Buceo Tecnológico y Científico de la Universidad de Cádiz trabaja en una moderna línea de investigación, la arqueometalurgia, que sirve para investigar la naturaleza química de los materiales encontrados, un aspecto clave para datar los tesoros hallados o descubrir el uso que tenían en el pasado. Además, estos conocimientos ayudan a encontrar la mejor manera de conservar o estudiar in situ estos objetos.
Patrimonio sumergido
No obstante, una de las tareas más importantes de cara a la labor que desempeñan los investigadores que buscan y estudian reliquias submarinas es la documentación, según destaca la directora del CAS. Es decir, la identificación y evaluación de toda la información procedente del patrimonio arqueológico sumergido en una misma base de datos para que los expertos en este campo puedan compartir los resultados de su trabajo.
Esta fue una de las primeras misiones que recibió el CAS y se trata de un proyecto abierto, ya que los expertos no paran de sumar nuevos datos y descubrimientos. Para esta labor, el centro andaluz se ha centrado en los restos que han quedado de la Batalla de Trafalgar, y ha realizado una primera fase para localizar y analizar las diversas fuentes documentales y arqueológicas que pueden ofrecer información de dónde se produjeron naufragios.
Una segunda etapa en la que se han llevado a cabo diversas campañas de prospección geográfica y visual en estas zonas para localizar posibles navíos hundidos, y una tercera para sondear los yacimientos encontrados. El objetivo es saber qué regiones son más ricas y a la vez más vulnerables a la erosión.
Andalucía cuenta con un tesoro arqueológico de valor incalculable bajo el agua. Buques hundidos, estatuas medievales, cerámicas y otros restos yacen en el fondo marino que rodea al litoral andaluz. El Centro de Arqueología Subacuática (CAS) de Cádiz se ocupa de la documentación, conservación, estudio y difusión de estas riquezas históricas.
Carmen García Rivera, directora del CAS, explica que la Batalla de Trafalgar, que tuvo lugar en 1805 cuando los aliados intentaron derrocar a Napoleón, es la línea de investigación principal en la comunidad. Así, yacimientos como el Bajo de Chapitel (Cádiz) cuenta con 28 cañones de hierro y numerosos restos cerámicos que podrían pertenecer al naufragio del 'Bucentaure', un buque que participó en esta contienda.
Por otro lado, el yacimiento de Punta de la Mona, en Almuñécar (Granada), el de Los Escullos-El Águila (Almería), o el de Los Santos en Benalmádena (Málaga) son algunos de los más abundantes. Este último ha permitido la recuperación de estatuas de corte clásico que representan a Dionisio, Cupido y otras divinidades.
A la hora de estudiar los tesoros que se encuentran en las aguas andaluzas, los científicos se tropiezan con un dilema, o bien extraer los objetos del fondo para su mejor datación histórica y para exhibirlos en museos, o bien renunciar al conocimiento histórico en favor de la conservación de estos restos y estudiarlos in situ. En ambos casos los investigadores precisan de una tecnología muy sofisticada para localizar y estudiar estas reliquias subacuáticas.
De esta manera, el investigador de la Universidad de Málaga Javier Laserna colabora con el CAS en una novedosa técnica, electroscopia de plasma inducido por láser, que sirve para reconocer el fondo marino en busca de tesoros.
«Esta técnica permite detectar la presencia de elementos y determinar su concentración y abundancia», subraya Laserna, quien añade que se trata de «un instrumento único en su especie a nivel mundial» y muy necesario para explorar el fondo del mar sin usar técnicas invasivas que puedan llegar a deteriorarlo.
Por otro lado, la Unidad de Buceo Tecnológico y Científico de la Universidad de Cádiz trabaja en una moderna línea de investigación, la arqueometalurgia, que sirve para investigar la naturaleza química de los materiales encontrados, un aspecto clave para datar los tesoros hallados o descubrir el uso que tenían en el pasado. Además, estos conocimientos ayudan a encontrar la mejor manera de conservar o estudiar in situ estos objetos.
Patrimonio sumergido
No obstante, una de las tareas más importantes de cara a la labor que desempeñan los investigadores que buscan y estudian reliquias submarinas es la documentación, según destaca la directora del CAS. Es decir, la identificación y evaluación de toda la información procedente del patrimonio arqueológico sumergido en una misma base de datos para que los expertos en este campo puedan compartir los resultados de su trabajo.
Esta fue una de las primeras misiones que recibió el CAS y se trata de un proyecto abierto, ya que los expertos no paran de sumar nuevos datos y descubrimientos. Para esta labor, el centro andaluz se ha centrado en los restos que han quedado de la Batalla de Trafalgar, y ha realizado una primera fase para localizar y analizar las diversas fuentes documentales y arqueológicas que pueden ofrecer información de dónde se produjeron naufragios.
Una segunda etapa en la que se han llevado a cabo diversas campañas de prospección geográfica y visual en estas zonas para localizar posibles navíos hundidos, y una tercera para sondear los yacimientos encontrados. El objetivo es saber qué regiones son más ricas y a la vez más vulnerables a la erosión.
La costa andaluza blinda sus enclaves arqueológicos contra el expolio
Andalucía se ha convertido en la primera comunidad autónoma en aplicar un régimen de protección jurídica a los enclaves arqueológicos subacuáticos, al inscribir 56 yacimientos situados bajo aguas continentales e interiores en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.
Efe. Sevilla / 23-06-2009
El Consejo de Gobierno andaluz ha acordado este martes proteger los enclaves arqueológicos subacuáticos al inscribir 56 yacimientos situados bajo aguas continentales e interiores en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, siguiendo así las recomendaciones de la Unesco.
Los yacimientos, que abarcan todas las culturas desde la Protohistoria hasta la Edad Contemporánea, se distribuyen por todas las provincias andaluzas, incluidas las interiores, ya que la lista recoge tanto restos submarinos como sumergidos en embalses. Las que presentan un mayor número son Cádiz, con 31, y Huelva, con 10, y les siguen Málaga (6), Almería (4), Granada (2), Jaén (1), Córdoba (1) y Sevilla (1).
Entre los enclaves de mayor antigüedad figuran el de Punta del Nao en Cádiz, con abundantes hallazgos púnicos y romanos, y la Ría de Huelva, con restos de finales de la Edad del Bronce. Entre los más modernos, se incluye el pecio del Empire Warrior, buque británico hundido en Huelva en 1941 por tres aviones alemanes.
Años de investigación
La protección de este patrimonio es el resultado de años de investigaciones, que se vieron impulsadas en 1997 a raíz de la creación del Centro de Arqueología Subacuática de Andalucía, con sede en la ciudad de Cádiz. La relación aprobada por el Consejo de Gobierno podrá ampliarse con la incorporación de nuevos yacimientos que se localicen y documenten en el futuro.
La declaración como zonas arqueológicas, que también se adelanta al plan de ámbito nacional diseñado por la administración central, tiene como principal objetivo preservar del expolio todo el patrimonio subacuático de carácter histórico.
Entre otras medidas de protección, establece la obligatoriedad de una autorización de la Consejería de Cultura para las obras e intervenciones de remoción de terrenos en las zonas delimitadas, como construcción de gasoductos y puertos, dragados, regeneración de playas y parques eólicos-marítimos.
A los 56 yacimientos incluidos este lunes en el Catálogo General del Patrimonio Histórico con el máximo nivel de protección, se añaden otros 42 espacios subacuáticos declarados recientemente por la Consejería de Cultura como Zonas de Servidumbre Arqueológica y definidos como aquellas áreas en las que se presupone la existencia de restos, aunque sin conocimiento documentado.
La otra carta esférica
El estreno de la película La carta esférica, de Imanol Uribe, basada en la novela homónima de Arturo Pérez Reverte, viene a coincidir con la evidencia de que si España no corrige su deriva en los tribunales, se va a quedar a dos velas respecto al expolio perpetrado por la empresa norteamericana Odyssey Marine, de común acuerdo con el gobierno británico, en aguas presuntamente españolas.
El botín ascendería a 17 toneladas de oro, distribuidas en quinientas mil monedas que ahora podrían venderse a razón de 3.000 dólares la pieza. Mientras Carmelo Gómez da vida en la gran pantalla a Coy, Aitana Sánchez-Gijón -tan gaditana de adopción como el director del filme- se mete en la piel de Tánger Soto. Pero habrá que ponerse en el pellejo del buzo Adolfo Bosch Lería para comprender lo que significa un palmo de narices. La cara que habrá puesto Fofi -así le llaman al submarinista-cuando los cazatesoros gringos se han ido de rositas, mientras que él tuvo que apoquinar diecisiete millones de pelas de 1992, por haber distraído más de mil hallazgos.
Pero, ¿qué se puede hacer contra los expoliadores submarinos cuando su tecnología es puntera y nuestros recursos legales, decimonónicos? ¿Dispone la administración española de un robot sumergible como el Minibex de Odyssey, para llegar donde no llegan los bombonas de oxígeno? Juan Manuel Gracia, presidente de la Asociación para el Rescate de Galeones españoles, propone que España llegue a un acuerdo con los piratas y obtenga una parte sustanciosa del expolio antes de verlas venir como en el caso de la trincalina de La Perla Negra, que es como Odyssey Marine bautizó a sus últimos pecios saqueados.
Gracia preside también la Agrupación El Mar y Su Ciencia, autora de un informe que demostraba como la compañía Odyssey Maritime Corporation ha trabajado y rastreado el fondo marino en aguas españolas del Mediterráneo, frente a Estepona y Gibraltar, durante los últimos cinco años. Para ello, se basó en las posiciones obtenidas vía satélite a través de la Compañía Británica Aislive, que da este servicio a navieros u operadores, para posicionar los barcos y que acreditaría que la extracción se llevó a cabo entre los días 1 y 17 de marzo de 2007.
La legislación europea, a excepción de la británica, es mucho más proteccionista que la americana. Y la Junta de Andalucía se mantiene bajo tales mismas pautas. Así, ya se sabe que la Consejería de Cultura incoará en los próximos meses un expediente para declarar zonas arqueológicas y zonas de servidumbre arqueológica 106 yacimientos sumergidos en aguas andaluzas. Se trata, simplemente, de preservarlos de intervenciones que puedan dañarles y garantizar así su mantenimiento, sobre todo, porque muchos de ellos no se pueden investigar adecuadamente ahora.
Ese centenar de localizaciones responde a una selección, ya que el número de naufragios es mucho mayor. Francisco Ojeda, por ejemplo, reseña 933, en el periodo comprendido entre 1486 y 1822, en las provincias de Cádiz y Huelva. Su cuantificación obedece a datos extraídos del Archivo General de Indias, del Archivo de Simancas, del de la Duquesa de Medina Sidonia y la Biblioteca Nacional. Pero no sólo estamos hablando de la Carrera de Indias, sino de yacimientos romanos o fenicios y, muy posteriores, como el barco cargado de tónica Scheweppes que naufragó a mediados del XIX frente a la isla de Las Palomas, en Tarifa, o la docena de submarinos nazis que descansan en los fondos del Estrecho.
El cazatesoros italiano Claudio Bonifacio cree haber descubierto uno de ellos, cargado de lingotes de oro procedentes de Palestina, que dormiría bajo las aguas no muy lejos -curioso- de la Playa de los Alemanes.
Muchos de estos misterios submarinos aparecen, desde luego, en la Carta Arqueológica de Andalucía, un documento en continua construcción, que no sólo se nutre de las investigaciones de los arqueólogos y técnicos sino de buceadores y marinos. Así, hay que destacar los trabajos de prospección y sondeos que el Centro de Arqueología Subacuática del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (CAS-IAPH) lleva a cabo en los pecios de Chapitel, en Cádiz, y de Las Morenas, en San Fernando. Podría tratarse de dos buques franceses hundidos en la batalla de Trafalgar: respéctivamente, el Bucentaure y el Fougueux.
Pero hay muchos otros, como el San Hermenegildo y el San Francisco, frente a Chiclana. El Santísima Trinidad y el Santa Cruz, en los fondos de Zahara. El Veracruz, el San Juan Bautista y el San Francisco frente a Conil y el San José y el Nuestra Señora de la Soledad, a poco de Tarifa.
Es conocida la frase del catedrático Manuel Martín Bueno: «En el golfo de Cádiz hay más oro que en el Banco de España». Pero a los arqueólogos le interesa el yacimiento en su totalidad y no sólo su carga.
De hecho, en 2001, España suscribió un convenio con la UNESCO, por el que se recomienda no extraer ningún resto del fondo marino salvo que exista peligro de destrucción o robo. Una de sus prioridades actuales es la célebre batalla en la que murió Lord Nelson pero que perdió la flota hispano-francesa. Para ello, la Junta colabora activamente con la fundación americana RPM Nautical y National Geographic Magazine.
Los saqueadores no buscan la historia sino el beneficio. Justamente hace un año, en junio de 2006, la Guardia Civil detenía a siete personas -entre ellas un historiador y un submarinista-, en una pista que condujo a Sevilla, Madrid, Algeciras, Cabo de Palos (Murcia) y Ciudad Real.
Según el informe oficial, la banda se apoyaba en empresas legales constituidas en terceros países para solicitar los permisos oficiales y, a veces, las catas se enmascaraban bajo simples peticiones para la inocente y falsa búsqueda de sedimentos marinos. Entre el material aprehendido, figuraban dos barcos caza-tesoros, un robot de filmación submarina a control remoto con capacidad para trabajar a una profundidad de 500 metros, así como un sofisticado dispositivo portátil capaz de hallar distintas materias de origen arqueológico, a través del barrido de frecuencias. En tierra o en mar, ¿puede competir la ley con esta criminalidad sofisticada?
Juan José Tellez / 2 de Septiembre de 2009 LAVOZDIGITAL.ES
El botín ascendería a 17 toneladas de oro, distribuidas en quinientas mil monedas que ahora podrían venderse a razón de 3.000 dólares la pieza. Mientras Carmelo Gómez da vida en la gran pantalla a Coy, Aitana Sánchez-Gijón -tan gaditana de adopción como el director del filme- se mete en la piel de Tánger Soto. Pero habrá que ponerse en el pellejo del buzo Adolfo Bosch Lería para comprender lo que significa un palmo de narices. La cara que habrá puesto Fofi -así le llaman al submarinista-cuando los cazatesoros gringos se han ido de rositas, mientras que él tuvo que apoquinar diecisiete millones de pelas de 1992, por haber distraído más de mil hallazgos.
Pero, ¿qué se puede hacer contra los expoliadores submarinos cuando su tecnología es puntera y nuestros recursos legales, decimonónicos? ¿Dispone la administración española de un robot sumergible como el Minibex de Odyssey, para llegar donde no llegan los bombonas de oxígeno? Juan Manuel Gracia, presidente de la Asociación para el Rescate de Galeones españoles, propone que España llegue a un acuerdo con los piratas y obtenga una parte sustanciosa del expolio antes de verlas venir como en el caso de la trincalina de La Perla Negra, que es como Odyssey Marine bautizó a sus últimos pecios saqueados.
Gracia preside también la Agrupación El Mar y Su Ciencia, autora de un informe que demostraba como la compañía Odyssey Maritime Corporation ha trabajado y rastreado el fondo marino en aguas españolas del Mediterráneo, frente a Estepona y Gibraltar, durante los últimos cinco años. Para ello, se basó en las posiciones obtenidas vía satélite a través de la Compañía Británica Aislive, que da este servicio a navieros u operadores, para posicionar los barcos y que acreditaría que la extracción se llevó a cabo entre los días 1 y 17 de marzo de 2007.
La legislación europea, a excepción de la británica, es mucho más proteccionista que la americana. Y la Junta de Andalucía se mantiene bajo tales mismas pautas. Así, ya se sabe que la Consejería de Cultura incoará en los próximos meses un expediente para declarar zonas arqueológicas y zonas de servidumbre arqueológica 106 yacimientos sumergidos en aguas andaluzas. Se trata, simplemente, de preservarlos de intervenciones que puedan dañarles y garantizar así su mantenimiento, sobre todo, porque muchos de ellos no se pueden investigar adecuadamente ahora.
Ese centenar de localizaciones responde a una selección, ya que el número de naufragios es mucho mayor. Francisco Ojeda, por ejemplo, reseña 933, en el periodo comprendido entre 1486 y 1822, en las provincias de Cádiz y Huelva. Su cuantificación obedece a datos extraídos del Archivo General de Indias, del Archivo de Simancas, del de la Duquesa de Medina Sidonia y la Biblioteca Nacional. Pero no sólo estamos hablando de la Carrera de Indias, sino de yacimientos romanos o fenicios y, muy posteriores, como el barco cargado de tónica Scheweppes que naufragó a mediados del XIX frente a la isla de Las Palomas, en Tarifa, o la docena de submarinos nazis que descansan en los fondos del Estrecho.
El cazatesoros italiano Claudio Bonifacio cree haber descubierto uno de ellos, cargado de lingotes de oro procedentes de Palestina, que dormiría bajo las aguas no muy lejos -curioso- de la Playa de los Alemanes.
Muchos de estos misterios submarinos aparecen, desde luego, en la Carta Arqueológica de Andalucía, un documento en continua construcción, que no sólo se nutre de las investigaciones de los arqueólogos y técnicos sino de buceadores y marinos. Así, hay que destacar los trabajos de prospección y sondeos que el Centro de Arqueología Subacuática del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (CAS-IAPH) lleva a cabo en los pecios de Chapitel, en Cádiz, y de Las Morenas, en San Fernando. Podría tratarse de dos buques franceses hundidos en la batalla de Trafalgar: respéctivamente, el Bucentaure y el Fougueux.
Pero hay muchos otros, como el San Hermenegildo y el San Francisco, frente a Chiclana. El Santísima Trinidad y el Santa Cruz, en los fondos de Zahara. El Veracruz, el San Juan Bautista y el San Francisco frente a Conil y el San José y el Nuestra Señora de la Soledad, a poco de Tarifa.
Es conocida la frase del catedrático Manuel Martín Bueno: «En el golfo de Cádiz hay más oro que en el Banco de España». Pero a los arqueólogos le interesa el yacimiento en su totalidad y no sólo su carga.
De hecho, en 2001, España suscribió un convenio con la UNESCO, por el que se recomienda no extraer ningún resto del fondo marino salvo que exista peligro de destrucción o robo. Una de sus prioridades actuales es la célebre batalla en la que murió Lord Nelson pero que perdió la flota hispano-francesa. Para ello, la Junta colabora activamente con la fundación americana RPM Nautical y National Geographic Magazine.
Los saqueadores no buscan la historia sino el beneficio. Justamente hace un año, en junio de 2006, la Guardia Civil detenía a siete personas -entre ellas un historiador y un submarinista-, en una pista que condujo a Sevilla, Madrid, Algeciras, Cabo de Palos (Murcia) y Ciudad Real.
Según el informe oficial, la banda se apoyaba en empresas legales constituidas en terceros países para solicitar los permisos oficiales y, a veces, las catas se enmascaraban bajo simples peticiones para la inocente y falsa búsqueda de sedimentos marinos. Entre el material aprehendido, figuraban dos barcos caza-tesoros, un robot de filmación submarina a control remoto con capacidad para trabajar a una profundidad de 500 metros, así como un sofisticado dispositivo portátil capaz de hallar distintas materias de origen arqueológico, a través del barrido de frecuencias. En tierra o en mar, ¿puede competir la ley con esta criminalidad sofisticada?
Juan José Tellez / 2 de Septiembre de 2009 LAVOZDIGITAL.ES
Con rumbo fijo al 'Bucentaure'
Alumnos y monitores se sumergen frente a La Caleta en el yacimiento ubicado en la zona de Chapitel, donde, con escasos dos metros de visibilidad, perciben la riqueza del pecio y la diversidad de materiales.
Ocho y media de la mañana. Viento en calma y todo listo para zarpar de Puerto América a bordo del Thetis, un antiguo oceanográfico alemán solicitado por el CAS al Centro de Arqueología Subacuática de la Generalitat de Cataluña (CASC). Una vez embarcados y con rumbo fijo al destino, parte de la tripulación pone a punto el material de trabajo de los trece alumnos que desde el lunes disfrutan del Curso Internacional de Arqueología Subacuática puesto en marcha por la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta a través del Centro de Arqueología Subacuática (CAS), en una iniciativa enmarcada en el proyecto comunitario Archeomed. "Todo el trabajo debe estar perfectamente estructurado y para eso llevamos un planing de trabajo", comenta Mili, una de los técnicos de apoyo del CAS encargados de la coordinación del curso a bordo del barco, cuya primera inmersión tuvo lugar ayer.
En media hora, la embarcación alcanza su objetivo: el yacimiento de la zona de bajo Chapitel, frente a La Caleta, en cuyas aguas subyacen los restos del que fue buque insignia de la flota franco española en la Batalla de Trafalgar, el Bucentaure, entre otros restos de distintas épocas. Pero el viento de suroeste, que comienza a soplar con más soltura, entorpece las labores de fondeo y modifica levemente el planing, que en poco tiempo vuelve a cumplirse con puntualidad británica.
Para ello es necesario que el grupo de monitores y alumnos ajusten los tiempos establecidos y, pasada las diez de la mañana, comienza la ansiada aventura. El primer grupo, encabezado por un monitor y dos alumnos, se sumerge en busca de los encantos del yacimiento, del que auguran poca visibilidad. "Hoy habrá dos metros de visibilidad, así que tendremos que estar muy pendientes de cada compañero", asevera Javier Olmo, uno de los alumnos de curso, llegado desde Algeciras. No obstante, todo está controlado desde la superficie mediante un proceso que denominan stand by, del que cada cierto tiempo se encarga un grupo de gente distinta. "Hay distintas señales que indican si todo marcha correctamente o, por el contrario, algún compañero necesita ayuda", afirma Mili.
Los que van saliendo, que son remolcados al Thetis para ser relevados en un turno rotatorio, cuentan ya entusiasmados sus vivencias en aguas gaditanas. Es el caso de Flavia Britto, una alumna procedente de la Universidad Nova de Lisboa. "Sólo he participado de diez inmersiones en mi vida y es la primera vez que veo un gran yacimiento como éste. No esperaba restos tan diversos". Igual de alucinada sale a la superficie la catalana Rut Geli, que a pesar de su juventud "he excavado en la mayoría de yacimientos del Mediterráneo", dice. "Es la primera vez que lo hago en uno del Atlántico y nunca había visto tanto material sin necesidad de excavar". Y es que, informa la joven, "muchos yacimientos catalanes y valencianos fueron desmantelados de la década de los 50 a la de los 70 por franceses y belgas".
También anotaron algunos de los arqueólogos participantes en esta experiencia de intercambio "que son muchas las diferencias entre las aguas atlánticas y mediterráneas". "Es la primera vez que buceo en la Bahía de Cádiz y he percibido que con motivo de las grandes corrientes que hay, la visibilidad es mucha menor. Pero, en cambio, el yacimiento es de un gran valor y diversidad", puntualiza José Rodríguez Ibarra, del Museo de Cartagena.
Y es que fueron muchas las embarcaciones que a lo largo de los siglos se hundieron en la zona con motivo de las mareas vivas que le caracteriza, tal y como reconoce la alumna francesa Josephine López, "Cádiz, como puerta del Mediterráneo, tiene la suerte de contar en sus aguas con restos de todas las épocas".
Por su parte, Gustau Vivar, monitor del Centro de Arqueología Subacuática de Cataluña, señaló sin titubear que "se trata del conjunto de cañones más impresionante que he visto, y aunque la madera se ha descompuesto, se intuye la forma del pecio".
Menos sorprendidos andaban los técnicos del CAS Quique, Aurora, Pepi, Mercedes y Mila, que en campañas anteriores han estudiado el pecio. Aunque siempre puede aparecer algún dato de interés, afirma Gustau Vivar, "por lo que cada cierto tiempo se retoman las técnicas de prospección circular o lineal que hoy estamos llevando a cabo", dice. La primera de las prácticas inspecciona el yacimiento en 18 metros de radio y a 11 metros de profundidad, mientras la segunda rastrea el terreno a lo largo del pecio. "Todo se va anotando en las tablillas bajo el agua, se pasa a posteriori a una ficha y el documentalista controla el material anotado por el arqueólogo, por si hay novedades", añade Vivar.
Dos técnicas que se van sucediendo a lo largo del día hasta el regreso a tierra, sobre las seis de la tarde, y que la próxima semana darán paso a la excavación. Esta vez, en los restos del Fougeux -pecio de las Morenas-, ubicado en Camposoto.
Virginia León / Diario de Cádiz 5 de junio de 2008
Ocho y media de la mañana. Viento en calma y todo listo para zarpar de Puerto América a bordo del Thetis, un antiguo oceanográfico alemán solicitado por el CAS al Centro de Arqueología Subacuática de la Generalitat de Cataluña (CASC). Una vez embarcados y con rumbo fijo al destino, parte de la tripulación pone a punto el material de trabajo de los trece alumnos que desde el lunes disfrutan del Curso Internacional de Arqueología Subacuática puesto en marcha por la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta a través del Centro de Arqueología Subacuática (CAS), en una iniciativa enmarcada en el proyecto comunitario Archeomed. "Todo el trabajo debe estar perfectamente estructurado y para eso llevamos un planing de trabajo", comenta Mili, una de los técnicos de apoyo del CAS encargados de la coordinación del curso a bordo del barco, cuya primera inmersión tuvo lugar ayer.
En media hora, la embarcación alcanza su objetivo: el yacimiento de la zona de bajo Chapitel, frente a La Caleta, en cuyas aguas subyacen los restos del que fue buque insignia de la flota franco española en la Batalla de Trafalgar, el Bucentaure, entre otros restos de distintas épocas. Pero el viento de suroeste, que comienza a soplar con más soltura, entorpece las labores de fondeo y modifica levemente el planing, que en poco tiempo vuelve a cumplirse con puntualidad británica.
Para ello es necesario que el grupo de monitores y alumnos ajusten los tiempos establecidos y, pasada las diez de la mañana, comienza la ansiada aventura. El primer grupo, encabezado por un monitor y dos alumnos, se sumerge en busca de los encantos del yacimiento, del que auguran poca visibilidad. "Hoy habrá dos metros de visibilidad, así que tendremos que estar muy pendientes de cada compañero", asevera Javier Olmo, uno de los alumnos de curso, llegado desde Algeciras. No obstante, todo está controlado desde la superficie mediante un proceso que denominan stand by, del que cada cierto tiempo se encarga un grupo de gente distinta. "Hay distintas señales que indican si todo marcha correctamente o, por el contrario, algún compañero necesita ayuda", afirma Mili.
Los que van saliendo, que son remolcados al Thetis para ser relevados en un turno rotatorio, cuentan ya entusiasmados sus vivencias en aguas gaditanas. Es el caso de Flavia Britto, una alumna procedente de la Universidad Nova de Lisboa. "Sólo he participado de diez inmersiones en mi vida y es la primera vez que veo un gran yacimiento como éste. No esperaba restos tan diversos". Igual de alucinada sale a la superficie la catalana Rut Geli, que a pesar de su juventud "he excavado en la mayoría de yacimientos del Mediterráneo", dice. "Es la primera vez que lo hago en uno del Atlántico y nunca había visto tanto material sin necesidad de excavar". Y es que, informa la joven, "muchos yacimientos catalanes y valencianos fueron desmantelados de la década de los 50 a la de los 70 por franceses y belgas".
También anotaron algunos de los arqueólogos participantes en esta experiencia de intercambio "que son muchas las diferencias entre las aguas atlánticas y mediterráneas". "Es la primera vez que buceo en la Bahía de Cádiz y he percibido que con motivo de las grandes corrientes que hay, la visibilidad es mucha menor. Pero, en cambio, el yacimiento es de un gran valor y diversidad", puntualiza José Rodríguez Ibarra, del Museo de Cartagena.
Y es que fueron muchas las embarcaciones que a lo largo de los siglos se hundieron en la zona con motivo de las mareas vivas que le caracteriza, tal y como reconoce la alumna francesa Josephine López, "Cádiz, como puerta del Mediterráneo, tiene la suerte de contar en sus aguas con restos de todas las épocas".
Por su parte, Gustau Vivar, monitor del Centro de Arqueología Subacuática de Cataluña, señaló sin titubear que "se trata del conjunto de cañones más impresionante que he visto, y aunque la madera se ha descompuesto, se intuye la forma del pecio".
Menos sorprendidos andaban los técnicos del CAS Quique, Aurora, Pepi, Mercedes y Mila, que en campañas anteriores han estudiado el pecio. Aunque siempre puede aparecer algún dato de interés, afirma Gustau Vivar, "por lo que cada cierto tiempo se retoman las técnicas de prospección circular o lineal que hoy estamos llevando a cabo", dice. La primera de las prácticas inspecciona el yacimiento en 18 metros de radio y a 11 metros de profundidad, mientras la segunda rastrea el terreno a lo largo del pecio. "Todo se va anotando en las tablillas bajo el agua, se pasa a posteriori a una ficha y el documentalista controla el material anotado por el arqueólogo, por si hay novedades", añade Vivar.
Dos técnicas que se van sucediendo a lo largo del día hasta el regreso a tierra, sobre las seis de la tarde, y que la próxima semana darán paso a la excavación. Esta vez, en los restos del Fougeux -pecio de las Morenas-, ubicado en Camposoto.
Virginia León / Diario de Cádiz 5 de junio de 2008
sábado, 20 de febrero de 2010
El navío 'Santísima Trinidad' podría haber sido hallado en la costa gaditana
El Santísima Trinidad, navío insignia de la flota española en el siglo XVIII y que se hundió en la batalla de Trafalgar en 1805, podría haber sido hallado a ocho leguas de la costa gaditana por un buque hidrográfico en una demostración con un sónar de barrido lateral.
Así lo ha aseguró ayer Vicente Carrasco, director comercial de SIMRAD SPAIN, S.L., empresa dedicada a la hidroacústica marina que el pasado 23 de junio hizo una demostración a bordo del buque Malaspina por las costas de Cádiz.
«Tanto la posición como la dimensiones del buque coinciden con el Santísima Trinidad, afirmó Carrasco quien no obstante señaló que es el Ministerio de Defensa el que tiene que confirmar el hallazgo tras una inspección visual con un robot.
El descubrimiento del Malaspina, provisto con un sonar, revela en imágenes acústicas y sombras del fondo marino que hay un buque «perfectamente reconocible tendido en el fondo» y que podría tratarse del Santísima Trinidad, un hallazgo que ya confirmó la Universidad de Cádiz y el Instituto Hidrográfico de la Marina.
Carrasco explicó que las referencias históricas indican que el Santísima Trinidad se hundió en la batalla de Trafalgar a ocho lenguas de la costa de Cádiz, por la zona de Barbate, una situación que coincide «al cien por cien» con la sondeada a un centenar de metros de profundidad.
El buque fue construido en La Habana en 1769 y era el buque de guerra más grande construido en aquel momento con más de 61 metros de eslora y 16,59 de manga. Por estas cifras se le conocía como El Escorial de los Mares, aunque tras ser probado en alta mar, se dieron cuenta de que sufría de varios desperfectos que fueron corregidos en los astilleros de Ferrol y Cádiz.
Tales fueron las modificaciones ejecutadas que se convirtió en el único navío del mundo que contaba cuatro puentes, con una tripulación de 1.071 plazas.
El naufragio
En julio de 1779, cuando España declara la guerra a Gran Bretaña junto a Francia en apoyo a las colonias norteamericanas en su Guerra de la Independencia, el Santísima Trinidad fue el buque insignia de la flota española, y tomó parte en las operaciones en el canal de la Mancha a finales del verano de ese año.
Pero, sobre todo, se le recuerda por su trágico final en la batalla de Trafalgar, en 1805, donde tras una dura lucha fue capturado por los ingleses en muy malas condiciones, con más de 200 muertos y 100 heridos.
Los ingleses pusieron todo su empeño en salvarlo y llevarlo al puerto inglés de Gibraltar, siendo remolcado por las fragatas HMS Naiade y HMS Phoebe. Sin embargo, finalmente se hundiría al sur de Cádiz el 24 de octubre.
Símbolo del final del poderío español en los mares, la mayor arma de guerra de su época permanece ahora en el fondo del mar. Sus piezas de artillería fueron extraídas e instaladas en la entrada del Panteón de Marinos Ilustres.
Lavozdigital.es
Así lo ha aseguró ayer Vicente Carrasco, director comercial de SIMRAD SPAIN, S.L., empresa dedicada a la hidroacústica marina que el pasado 23 de junio hizo una demostración a bordo del buque Malaspina por las costas de Cádiz.
«Tanto la posición como la dimensiones del buque coinciden con el Santísima Trinidad, afirmó Carrasco quien no obstante señaló que es el Ministerio de Defensa el que tiene que confirmar el hallazgo tras una inspección visual con un robot.
El descubrimiento del Malaspina, provisto con un sonar, revela en imágenes acústicas y sombras del fondo marino que hay un buque «perfectamente reconocible tendido en el fondo» y que podría tratarse del Santísima Trinidad, un hallazgo que ya confirmó la Universidad de Cádiz y el Instituto Hidrográfico de la Marina.
Carrasco explicó que las referencias históricas indican que el Santísima Trinidad se hundió en la batalla de Trafalgar a ocho lenguas de la costa de Cádiz, por la zona de Barbate, una situación que coincide «al cien por cien» con la sondeada a un centenar de metros de profundidad.
El buque fue construido en La Habana en 1769 y era el buque de guerra más grande construido en aquel momento con más de 61 metros de eslora y 16,59 de manga. Por estas cifras se le conocía como El Escorial de los Mares, aunque tras ser probado en alta mar, se dieron cuenta de que sufría de varios desperfectos que fueron corregidos en los astilleros de Ferrol y Cádiz.
Tales fueron las modificaciones ejecutadas que se convirtió en el único navío del mundo que contaba cuatro puentes, con una tripulación de 1.071 plazas.
El naufragio
En julio de 1779, cuando España declara la guerra a Gran Bretaña junto a Francia en apoyo a las colonias norteamericanas en su Guerra de la Independencia, el Santísima Trinidad fue el buque insignia de la flota española, y tomó parte en las operaciones en el canal de la Mancha a finales del verano de ese año.
Pero, sobre todo, se le recuerda por su trágico final en la batalla de Trafalgar, en 1805, donde tras una dura lucha fue capturado por los ingleses en muy malas condiciones, con más de 200 muertos y 100 heridos.
Los ingleses pusieron todo su empeño en salvarlo y llevarlo al puerto inglés de Gibraltar, siendo remolcado por las fragatas HMS Naiade y HMS Phoebe. Sin embargo, finalmente se hundiría al sur de Cádiz el 24 de octubre.
Símbolo del final del poderío español en los mares, la mayor arma de guerra de su época permanece ahora en el fondo del mar. Sus piezas de artillería fueron extraídas e instaladas en la entrada del Panteón de Marinos Ilustres.
Lavozdigital.es
La Universidad de Cádiz pretende reflotar y exponer el navío 'Santísima Trinidad'
La institución avala un proyecto que sacaría de su tumba los restos del buque hundido en el Combate de Trafalgar y los haría visitables en un gran centro en Astilleros Crearía además un gran Museo de la Navegación y de las Culturas Marítimas del Mundo.
Un colosal proyecto que firma la Universidad de Cádiz pretende reflotar los restos de uno de los buques más legendarios de la historia de la navegación española. Se trata del Santísima Trinidad, el mayor navío de línea de su época que se hundió en 1805 tras el Combate de Trafalgar, que tuvo lugar frente a las costas de Cádiz. En aquella brutal batalla de Francia y España contra Inglaterra, el país perdió -además de la hegemonía marítima y miles de vidas-, el apodado Escorial de los mares, que se fue a pique en una tormenta cuando era remolcado por los hombres de Horacio Nelson hacia Gibraltar.
Tras dos siglos de silencio en su tumba de algas, un equipo de la UCA propone la titánica tarea de sacarlo a flote, conservarlo y exponerlo en tierra en Cádiz, la ciudad que lo vio zarpar por última vez, en un gran museo. No se trata de una empresa de ciencia ficción, pese a que la tarea tendría una relevancia a nivel mundial, similar al museo del navío Vasa del siglo XVII que fue recuperado y que se expone en Estocolmo como el más visitado del mundo.
Un informe de la universidad al que ha tenido acceso LA VOZ revela uno de los mayores proyectos de arqueología marina de los últimos años, programado de cara al año 2012.
Dicho proyecto confirma que el pecio del buque se ha localizado ya frente a las costas de Barbate. La posibilidad del hallazgo saltó a las páginas de los periódicos esta semana al saberse que el buque Malaspina de la Armada Española había localizado durante unas pruebas de material de detección de pecios, una irregularidad que podría corresponder con el Escorial de los mares. La información remitía al catedrático de Historia de la Navegación de la UCA Luis Coín, que es quien firma el proyecto de puesta en valor del legendario navío. El proyecto ya se presentó a las instituciones hace unos años, aunque no consiguió el respaldo suficiente. Ahora, sus responsables pretenden ponerlo de nuevo en marcha tras los últimos hallazgos de la Armada.
Años de trabajo
El salvamento de los restos del Santísima Trinidad, conllevaría años de trabajo divididos en tres fases. La primera consistiría en la recuperación del pecio, «localizado ya cerca del Cabo de Trafalgar» y tomaría un año entero.
Más tarde, los técnicos tendrían que tratar en Puerto Real durante dos años los restos para su conservación tras más de dos siglos sumergidos y a merced de las corrientes y el agua marina. Esta parte tomaría dos años, al igual que la construcción del edificio del museo y la preparación de todo el material didáctico para acompañar la descomunal pieza.
El Santísima Trinidad fue construído en 1769 en los astilleros de La Habana como un gigante de guerra. De todos los navíos de línea -disparaban de costado-, era el único concebido con cuatro puentes armados con una artillería de 140 cañones.
Fue el buque insignia de la flota española durante el combate, al mando de Federico Gravina. Pese a su escasa maniobrabilidad, se trataba de uno de los buques más respetados y en la lucha de astillas y pólvora de la fatidica mañana del 22 de octubre de 1805, luchó contra seis naves inglesas antes de ser desarbolado y rendirse. Los ingleses quisieron guardarlo como presa, y en ese intento lo comenzaron a remolcar rumbo al puerto de Gibraltar. Sin embargo, la fortísima tormenta que siguió a la lucha mandó a pique la nave, al parecer frente al cabo de Trafalgar. En esas inmediaciones, buzos privados encontraron hace cinco años un ancla de doce metros de longitud en madera y metal que se consideró de manera extraoficial como parte del navío. La historia completa podría salir a flote en los próximos años si las instituciones consiguen el acuerdo y los fondos suficientes, una cantidad que se presume astronómica.
Francisco Apaolaza ; Lavozdigital.es
Un colosal proyecto que firma la Universidad de Cádiz pretende reflotar los restos de uno de los buques más legendarios de la historia de la navegación española. Se trata del Santísima Trinidad, el mayor navío de línea de su época que se hundió en 1805 tras el Combate de Trafalgar, que tuvo lugar frente a las costas de Cádiz. En aquella brutal batalla de Francia y España contra Inglaterra, el país perdió -además de la hegemonía marítima y miles de vidas-, el apodado Escorial de los mares, que se fue a pique en una tormenta cuando era remolcado por los hombres de Horacio Nelson hacia Gibraltar.
Tras dos siglos de silencio en su tumba de algas, un equipo de la UCA propone la titánica tarea de sacarlo a flote, conservarlo y exponerlo en tierra en Cádiz, la ciudad que lo vio zarpar por última vez, en un gran museo. No se trata de una empresa de ciencia ficción, pese a que la tarea tendría una relevancia a nivel mundial, similar al museo del navío Vasa del siglo XVII que fue recuperado y que se expone en Estocolmo como el más visitado del mundo.
Un informe de la universidad al que ha tenido acceso LA VOZ revela uno de los mayores proyectos de arqueología marina de los últimos años, programado de cara al año 2012.
Dicho proyecto confirma que el pecio del buque se ha localizado ya frente a las costas de Barbate. La posibilidad del hallazgo saltó a las páginas de los periódicos esta semana al saberse que el buque Malaspina de la Armada Española había localizado durante unas pruebas de material de detección de pecios, una irregularidad que podría corresponder con el Escorial de los mares. La información remitía al catedrático de Historia de la Navegación de la UCA Luis Coín, que es quien firma el proyecto de puesta en valor del legendario navío. El proyecto ya se presentó a las instituciones hace unos años, aunque no consiguió el respaldo suficiente. Ahora, sus responsables pretenden ponerlo de nuevo en marcha tras los últimos hallazgos de la Armada.
Años de trabajo
El salvamento de los restos del Santísima Trinidad, conllevaría años de trabajo divididos en tres fases. La primera consistiría en la recuperación del pecio, «localizado ya cerca del Cabo de Trafalgar» y tomaría un año entero.
Más tarde, los técnicos tendrían que tratar en Puerto Real durante dos años los restos para su conservación tras más de dos siglos sumergidos y a merced de las corrientes y el agua marina. Esta parte tomaría dos años, al igual que la construcción del edificio del museo y la preparación de todo el material didáctico para acompañar la descomunal pieza.
El Santísima Trinidad fue construído en 1769 en los astilleros de La Habana como un gigante de guerra. De todos los navíos de línea -disparaban de costado-, era el único concebido con cuatro puentes armados con una artillería de 140 cañones.
Fue el buque insignia de la flota española durante el combate, al mando de Federico Gravina. Pese a su escasa maniobrabilidad, se trataba de uno de los buques más respetados y en la lucha de astillas y pólvora de la fatidica mañana del 22 de octubre de 1805, luchó contra seis naves inglesas antes de ser desarbolado y rendirse. Los ingleses quisieron guardarlo como presa, y en ese intento lo comenzaron a remolcar rumbo al puerto de Gibraltar. Sin embargo, la fortísima tormenta que siguió a la lucha mandó a pique la nave, al parecer frente al cabo de Trafalgar. En esas inmediaciones, buzos privados encontraron hace cinco años un ancla de doce metros de longitud en madera y metal que se consideró de manera extraoficial como parte del navío. La historia completa podría salir a flote en los próximos años si las instituciones consiguen el acuerdo y los fondos suficientes, una cantidad que se presume astronómica.
Francisco Apaolaza ; Lavozdigital.es
El CAS identifica con «una certeza casi total» al 'Fougueux' y al 'Bucentaure'
El Centro de Arqueología Subacuática ha dedicado ocho años a localizar los dos míticos buques que abanderaban la flota hispano francesa en la batalla de Trafalgar.
Más de ocho años después de que el CAS se embarcara en el ambicioso Proyecto Trafalgar -dirigido a localizar e identificar los barcos hundidos en la histórica batalla que se libró frente a las costas de Cádiz-, los responsables del Centro han dado por finalizada «circunstancialmente» la investigación, al menos hasta que «aparezcan nuevos datos que aporten algo importante a las conclusiones actuales de nuestros estudios», según apunta Carmen García Rivera, directora de la institución.
Uno de los propósitos fundamentales del programa -sobre todo por su alta carga simbólica-, consistía en ubicar definitivamente los míticos navíos de bandera francesa Fougueux y Bucentaure, considerados insignias de la flota hispano gala.
García Rivera explica que ese objetivo prioritario de la iniciativa se «ha cumplido sobradamente», puesto que, de entrada, «pretendíamos confirmar o refutar el origen francés de los buques y determinar su cronología, pero estamos en condiciones de asegurar, casi con total certeza, que tanto el Fougueux como el Bucentaure están exactamente donde pensábamos que estaban».
Rivera se muestra convencida de que «las contundentes evidencias de los restos hallados, junto con la riqueza de las fuentes documentales, no dejan demasiado lugar a la duda, pero en esta profesión da siempre un poco de miedo expresarse con tanta rotundidad porque nunca se sabe a ciencia cierta si la aparición de elementos novedosos puede acabar variando tus hipótesis».
Durante 2006 los esfuerzos se volcaron en el Pecio de Las Morenas (San Fernando), que se identifican con el Fougueux. La zona se escaneó con la tecnología geofísica de última generación para determinar la presencia de registros arqueológicos, a la vez que se realizaron largas prospecciones sobre el terreno.
Expertos internacionales
Pero para eliminar cualquier duda, el CAS se puso en contacto con varios equipos de expertos en arquitectura naval francesa. Durante el mes de julio del pasado año se desplazaron hasta La Isla los especialistas franceses Eric Rieth (arquitecto) y Martine Acerra (documentalista de la Universidad de Nantes), que estuvieron acompañados por Manu Izaguirre, del departamento de Patrimonio de la Diputación Foral de Bizkaia.
El estudio detallado de la arquitectura, de la artillería y del resto de sus elementos muebles les llevó a afirmar que con toda probabilidad el pecio de Las Morenas es el navío de 74 cañones Fougueux, construido en Lorient en el año 1785.
Después comenzaron los sondeos en el yacimiento del Pecio de Chapitel, donde se da por supuesto que se encuentra el mítico Bucentaure que capitaneaba el almirante Villeneuve y desde el que se daban las órdenes a toda la flota combinada.
Durante mucho tiempo se pensó que este navío de 80 cañones se encontraba hundido frente al gaditano Castillo de San Sebastián. Sin embargo, después de analizar en profundidad las fuentes escritas de la época y recopilando la documentación arqueológica previa, se localizó en un punto a medio camino entre Cádiz y Rota.
Una de las pistas más decisivas que se tienen se reflotó recientemente del fondo del mar y, después de ser tratada para evitar su degradación, fue expuesta al público en Los naufragios de Trafalgar. Se trata de uno de sus cañones de hierro de 12 libras, que lleva grabados el año de construcción y las iniciales del maestro de forja.
Protección, conservación y puesta en uso
El siguiente paso, según indica el protocolo convenido, consiste en que la Consejería de Cultura de la Junta comunique a Francia que se han localizado buques de estado en aguas nacionales y, «a partir de ahí, plantearse nuevas actuaciones». El país vecino y España determinarán las fórmulas para acotar, proteger y conservar los pecios con visitas periódicas a los restos para garantizar que no se están sometiendo a expolio. «Quizá, en el futuro, haya que plantearse incluso la excavación y puesta en valor de los yacimientos».
Daniel Perez; La Voz Digital
Más de ocho años después de que el CAS se embarcara en el ambicioso Proyecto Trafalgar -dirigido a localizar e identificar los barcos hundidos en la histórica batalla que se libró frente a las costas de Cádiz-, los responsables del Centro han dado por finalizada «circunstancialmente» la investigación, al menos hasta que «aparezcan nuevos datos que aporten algo importante a las conclusiones actuales de nuestros estudios», según apunta Carmen García Rivera, directora de la institución.
Uno de los propósitos fundamentales del programa -sobre todo por su alta carga simbólica-, consistía en ubicar definitivamente los míticos navíos de bandera francesa Fougueux y Bucentaure, considerados insignias de la flota hispano gala.
García Rivera explica que ese objetivo prioritario de la iniciativa se «ha cumplido sobradamente», puesto que, de entrada, «pretendíamos confirmar o refutar el origen francés de los buques y determinar su cronología, pero estamos en condiciones de asegurar, casi con total certeza, que tanto el Fougueux como el Bucentaure están exactamente donde pensábamos que estaban».
Rivera se muestra convencida de que «las contundentes evidencias de los restos hallados, junto con la riqueza de las fuentes documentales, no dejan demasiado lugar a la duda, pero en esta profesión da siempre un poco de miedo expresarse con tanta rotundidad porque nunca se sabe a ciencia cierta si la aparición de elementos novedosos puede acabar variando tus hipótesis».
Durante 2006 los esfuerzos se volcaron en el Pecio de Las Morenas (San Fernando), que se identifican con el Fougueux. La zona se escaneó con la tecnología geofísica de última generación para determinar la presencia de registros arqueológicos, a la vez que se realizaron largas prospecciones sobre el terreno.
Expertos internacionales
Pero para eliminar cualquier duda, el CAS se puso en contacto con varios equipos de expertos en arquitectura naval francesa. Durante el mes de julio del pasado año se desplazaron hasta La Isla los especialistas franceses Eric Rieth (arquitecto) y Martine Acerra (documentalista de la Universidad de Nantes), que estuvieron acompañados por Manu Izaguirre, del departamento de Patrimonio de la Diputación Foral de Bizkaia.
El estudio detallado de la arquitectura, de la artillería y del resto de sus elementos muebles les llevó a afirmar que con toda probabilidad el pecio de Las Morenas es el navío de 74 cañones Fougueux, construido en Lorient en el año 1785.
Después comenzaron los sondeos en el yacimiento del Pecio de Chapitel, donde se da por supuesto que se encuentra el mítico Bucentaure que capitaneaba el almirante Villeneuve y desde el que se daban las órdenes a toda la flota combinada.
Durante mucho tiempo se pensó que este navío de 80 cañones se encontraba hundido frente al gaditano Castillo de San Sebastián. Sin embargo, después de analizar en profundidad las fuentes escritas de la época y recopilando la documentación arqueológica previa, se localizó en un punto a medio camino entre Cádiz y Rota.
Una de las pistas más decisivas que se tienen se reflotó recientemente del fondo del mar y, después de ser tratada para evitar su degradación, fue expuesta al público en Los naufragios de Trafalgar. Se trata de uno de sus cañones de hierro de 12 libras, que lleva grabados el año de construcción y las iniciales del maestro de forja.
Protección, conservación y puesta en uso
El siguiente paso, según indica el protocolo convenido, consiste en que la Consejería de Cultura de la Junta comunique a Francia que se han localizado buques de estado en aguas nacionales y, «a partir de ahí, plantearse nuevas actuaciones». El país vecino y España determinarán las fórmulas para acotar, proteger y conservar los pecios con visitas periódicas a los restos para garantizar que no se están sometiendo a expolio. «Quizá, en el futuro, haya que plantearse incluso la excavación y puesta en valor de los yacimientos».
Daniel Perez; La Voz Digital
Aparece el navío Bucentaure en la playa de La Caleta
Diario de Cádiz / agosto de 1949
El Diario de Cádiz informó en el verano de 1949 de la aparición en la playa gaditana de La Caleta, situada en la zona del casco antiguo y que tiene unas de las vistas más conocidas y típicas de la capital, del navío Bucentaure que participó en la batalla de Trafalgar. He aquí la noticia:
Los trabajos de recuperación del pesquero "Cantábrico", encallado hace unos días en las piedras de La Caleta, han permitido encontrar los restos del navío francés "Bucentaure", que en la batalla de Trafalgar sirvió como buque insignia al almirante de la escuadra hispano-francesa, Pedro Carlos de Villeneuve.
Los buzos que trabajan en La Caleta, junto a las piedras del castillo de San Sebastián, encontraron descansando sobre el fondo, a unos ocho o nueve metros de profundidad, al buque insignia francés. Por su forma, sus portas y cañones ha sido identificado como el que combatió el 21 de octubre de 1805 en Trafalgar frente a la escuadra inglesa mandada por Horacio Nelson.
Se sabe que el "Bucentaure" en aquella ocasión se vio obligado a arriar su bandera, junto al español "Santísima Trinidad", y rendirse ante los ingleses, cayendo prisionero el almirante. El navío fue tomado a remolque por los ingleses pero en vista del enorme temporal desencadenado en la misma noche del 21 de octubre, se vieron obligados a picar el cable, quedando el "Bucentaure" a la deriva y marchando poco a poco sobre las piedras del norte del castillo de San Sebastián.
El almirante español Antonio Escaño informó que vio al Bucentaure tocar en la relinga de piedras próximas al castillo de San Sebastián. Este escrito es considerado vital para identificar el navío aparecido como el "Bucentaure".
Los buzos han informado a las autoridades que el buque insignia francés se encuentra en muy buen estado de conservación y con todas sus filas de cañones intactas.
http://etimologias2004.blogspot.com/2007/11/aparece-el-navo-bucentaure-en-la-playa.html
El Diario de Cádiz informó en el verano de 1949 de la aparición en la playa gaditana de La Caleta, situada en la zona del casco antiguo y que tiene unas de las vistas más conocidas y típicas de la capital, del navío Bucentaure que participó en la batalla de Trafalgar. He aquí la noticia:
Los trabajos de recuperación del pesquero "Cantábrico", encallado hace unos días en las piedras de La Caleta, han permitido encontrar los restos del navío francés "Bucentaure", que en la batalla de Trafalgar sirvió como buque insignia al almirante de la escuadra hispano-francesa, Pedro Carlos de Villeneuve.
Los buzos que trabajan en La Caleta, junto a las piedras del castillo de San Sebastián, encontraron descansando sobre el fondo, a unos ocho o nueve metros de profundidad, al buque insignia francés. Por su forma, sus portas y cañones ha sido identificado como el que combatió el 21 de octubre de 1805 en Trafalgar frente a la escuadra inglesa mandada por Horacio Nelson.
Se sabe que el "Bucentaure" en aquella ocasión se vio obligado a arriar su bandera, junto al español "Santísima Trinidad", y rendirse ante los ingleses, cayendo prisionero el almirante. El navío fue tomado a remolque por los ingleses pero en vista del enorme temporal desencadenado en la misma noche del 21 de octubre, se vieron obligados a picar el cable, quedando el "Bucentaure" a la deriva y marchando poco a poco sobre las piedras del norte del castillo de San Sebastián.
El almirante español Antonio Escaño informó que vio al Bucentaure tocar en la relinga de piedras próximas al castillo de San Sebastián. Este escrito es considerado vital para identificar el navío aparecido como el "Bucentaure".
Los buzos han informado a las autoridades que el buque insignia francés se encuentra en muy buen estado de conservación y con todas sus filas de cañones intactas.
http://etimologias2004.blogspot.com/2007/11/aparece-el-navo-bucentaure-en-la-playa.html
Nuestro patrimonio olvidado
El anuncio del hallazgo del barco Oddisey Explorer, dedicado a la búsqueda de tesoros marinos, de más de 500.000 monedas de oro y plata en un pecio hundido, cerca de las costas españolas, puso en alerta a la opinión pública, ante un tema, el de la arqueología subacuática, poco conocido pero de vital importancia para saber de la historia de un país.
Y es que España cuenta con más de 3.000 kilómetros de costa, bajo cuyas aguas se esconden miles de años de historia y restos de decenas de civilizaciones que por ahí pasaron. Restos de culturas romanas, bizantinas, árabes o del imperio español que reposan bajos nuestras aguas, como un gran museo subacuático.
En este I+D+I, conocemos cómo de protegido está nuestro patrimonio subacuático y reconocemos la valía de dos empresas andaluzas, nacidas de spin off de la Universidad de Málaga, que trabajan en esta área: Nerea y Decasat.
Participan, en este reportaje, Javier Moreno, responsable del departamento comercial de DECASAT; Javier Noriega, de Nerea Arqueología Subacuática; Antonio Muñoz, integrante de Verdemar-Ecologistas en Acción y Juan Luis Pulido, Profesor de Derecho Marítimo de la Universidad de Cádiz.
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Y es que España cuenta con más de 3.000 kilómetros de costa, bajo cuyas aguas se esconden miles de años de historia y restos de decenas de civilizaciones que por ahí pasaron. Restos de culturas romanas, bizantinas, árabes o del imperio español que reposan bajos nuestras aguas, como un gran museo subacuático.
En este I+D+I, conocemos cómo de protegido está nuestro patrimonio subacuático y reconocemos la valía de dos empresas andaluzas, nacidas de spin off de la Universidad de Málaga, que trabajan en esta área: Nerea y Decasat.
Participan, en este reportaje, Javier Moreno, responsable del departamento comercial de DECASAT; Javier Noriega, de Nerea Arqueología Subacuática; Antonio Muñoz, integrante de Verdemar-Ecologistas en Acción y Juan Luis Pulido, Profesor de Derecho Marítimo de la Universidad de Cádiz.
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viernes, 19 de febrero de 2010
Wimbledon contra Cádiz
La vida de Edward Cecil, pese a su notable carrera al frente de tropas inglesas en el continente, distaba mucho de parecerse a la de su abuelo. Mientras que éste había sido primer ministro durante los años de la reina Isabel, Cecil no tenía en su haber más que algunas victorias de juventud. Pero de aquello hacía más de veinticinco años y, a sus cincuenta y tres años, no parecía destinado a convertirse en héroe nacional. Al mando de tropas holandesas en los Paises Bajos era considerado un competente oficial. Uno más.
Sin embargo, en 1625, la oportunidad se presentó ante Cecil. Una carta del duque de Buckingham, George Villiers, con el que últimamente había trabado una buena relación le ofrecía la oportunidad de convertirse en un nuevo Drake. Buckingham planeaba una expedición contra España pero su salud se había debilitado y el rey insistía en mantenerlo ocupado realizando tareas diplomáticas. Lo que Buckingham pedía a Cecil era que se hiciera cargo de la flota inglesa en su asalto a aguas españolas. Una oportunidad única de conseguir fama y renombre.
El plan era una idea de Buckimgham, así que él mismo se encargó de planear la expedición, escoger a los comandantes y pertrechar naves y hombres. La excusa para atacar era el tratamiento que se le había dado en España cuando acudió, con el Príncipe de Gales, a solicitar la mano de la infanta María para el heredero inglés. Más probable parece que lo que Buckimgham quería reparar no era el honor sino el bolsillo, y que su objetivo real fuera la plata que llegaba a España desde América, intentando repetir las hazañas de la época isabelina. Fuera cual fuera el motivo de este ataque lo que es seguro es que no era una buena idea. El ejército inglés llevaba un cuarto de siglo sin entrar en acción, su dominio de los mares no era el que fue (ni el que volvería a ser) y ni Buckimgham ni el rey Carlos tenían una idea muy clara de como llevar a cabo la operación ni de lo que esperaban conseguir.
Cecil puso todo su empeño en llevar a buen puerto el ataque y devolver a su país la gloria perdida. No fue suficiente, sin embargo, su buena voluntad para culminar con éxito el asalto a Cádiz.
Los hombres de Cecil
Como buen comandante, Sir Edward Cecil quiso conocer a los hombres que iba a tener bajo sus órdenes. Se habían reclutado 10.000 soldados, una fuerza más que considerable. Pero no se parecían en nada a los hombres que Cecil había liderado en los Países Bajos, que llevaban casi un siglo de guerra permanente. Buckimgham había reclutado de manera forzosa a gran parte de los hombres. Se reclutaban deudores de Buckimgham o de sus amigos, amantes de esposas de cornudos a los que el duque debía favores, enemigos políticos... El resto del ejército se completó con reos. Entre estos “soldados” había retrasados mentales, lisiados, enfermos y varios hombres de más de sesenta años.
A la espera de embarcar, los "reclutas" fueron alojados en pensiones, establos o simplemente dormían por las calles. Para que no causaran disturbios, Buckimgham decidió que todas las armas estuvieran en las naves de modo que no tuvieran acceso a ellas en suelo inglés. Esto impidió que los hombres se familiarizasen ellas ya que algunos de ellos no habían tenido nunca un mosquete en sus manos. Tampoco había uniformes disponibles y la mayoría de ellos iban envueltos en harapos. Cecil escribió una carta al rey quejándose de que muchos de los soldados bajo su mando no tuvieran ni siquiera pantalones.
Ya que el ejército del que iba a disponer para desembarcar no era lo que se dice una fuerza de élite, Cecil puso sus esperanzas en la gloriosa Armada Inglesa. Pero, como hemos dicho, las cosas ya no eran como antes. La última expedición a tener en cuenta por las naves del Reino Unido había sido precisamente una expedición contra Cádiz en la que se obtuvo un importante éxito sobre las tropas españolas, además de un sustancioso botín. Pero de aquello hacía ya tres décadas.
La fuerza reunida era notable, casi cien buques iban a participar en la operación. Pero, a pesar de la cantidad, la calidad dejaba mucho que desear. Sólo había nueve grandes galeras de guerra, las acompañaban veinte mercantes armados y el resto eran buques carboneros de Newcastle cargados con cañones. Y ni siquiera las galeras eran nada del otro mundo, databan de la época de la Armada Invencible, la mayoría de ellas aun conservaban las mismas velas y cuerdas y sus cascos no habían sido limpiados ni reparados. Por si esto fuera poco, las provisiones embarcadas eran escasas y estaban en mal estado ya antes de partir. Como detalle positivo, quince barcos holandeses al mando de Guillermo de Nassau, bastardo del príncipe Mauricio, reforzaron la flota inglesa.
Quedaba una última esperanza para Cecil: los mandos. Pero los comandantes elegidos por Buckimgham no tenían ninguna experiencia. El duque había dejado de lado a los veteranos comandantes y había puesto al mando de los barcos a sus amigos.
Cecil no se desesperó y preparó minuciosamente un libro con los detalles de la operación, las órdenes generales y las señales que se iban a emplear. Una copia de este libro debía ser entregada a cada capitán. Es posible que hubiera sido útil de no ser por que no llegó a manos de sus destinatarios hasta que las naves regresaron de la expedición.
Antes de partir, Cecil fue nombrado vizconde de Wimbledon. Se supone que para afianzar su autoridad frente al resto de capitanes, también pares.
El viaje
Tras un amago en que la flota fue dispersada por una tormenta, y hubo de volver a reunirse en Plymouth días después, las naves zarparon definitivamente rumbo a Cádiz. Nada más partir, comenzaron los problemas. Las galeras comenzaron a hacer agua y gran parte de sus hombres estaban empleados a tiempo completo achicando agua. La Lyon tuvo que regresar ya que estaba a punto de hundirse.
Las deficiencias de la labor de aprovisionamiento se hicieron notar a los pocos días. La comida era escasa y estaba en mal estado. Cecil se vio obligado a imponer racionamiento de provisiones nada más comenzar el viaje.
El tiempo tampoco ayudó demasiado. Las tormentas los acompañaron durante todo el recorrido. La Long Robert se hundió con todos sus hombres y el resto de barcos sufrieron importantes daños. Se perdieron la mayoría de las lanchas en las que iban a ser desembarcados los hombres. La comida, ya de por si asquerosa, se humedeció y comenzó a pudrirse. La pólvora estaba mojada y las vías de agua en las naves se multiplicaban.
Pese a todo lo dicho, la flota inglesa llegó finalmente a Cádiz.
En Cádiz
La primera sorpresa desagradable que se llevó Wimbledon cuando llegó a su destino procedía de sus propias bodegas. Cuando se abrieron las cajas donde iban las armas se descubrió que más de la mitad de los mosquetes carecían de un detalle importante, no tenían boca. La mayor parte de la munición era del calibre equivocado y muchos de los moldes para fabricar más se habían deformado durante las tormentas.
Pero Cecil había tenido tiempo de acostumbrarse a los desastres durante el viaje y no se dejó vencer por la adversidad. Ordenó a Essex que dirigiera su escuadra hacia el Puerto de Santa María y fondeara allí para establecer una cabeza de puente y que el resto de naves pudieran desembarcar a los hombres. Essex, sin embargo, tenía otras ideas en mente. Su padre había sido un héroe del famoso asalto a Cádiz de 1596 y Essex estaba decidido a repetir las hazañas familiares. A toda velocidad encaminó sus naves, con el Swiftsure, su buque insignia a la cabeza, en dirección a los galeones españoles fondeados en la bahía. Wimbledon observó impotente desde su galera como Essex, desobedeciendo sus órdenes, se lanzaba en solitario al ataque y era frenado por las baterías de artillería de Cádiz el tiempo suficiente para que todos los barcos españoles escaparan. Los ingleses perdían así cualquier oportunidad de capturar los galeones españoles.
Los más de cien buques se quedaron entonces fondeados en plena bahía de Cádiz sin que su comandante tuviera muy claro que hacer a continuación. La oportunidad se presentó por sorpresa. Los ingleses tenían una quintacolumna inesperada en Cádiz. Jenkinson era un comerciante inglés que en ese momento hacia negocios en la ciudad española. Cuando divisó a la flota inglesa se apresuró en remar a través de la bahía hasta el buque insignia para informar a Wimbledon de que Cádiz estaba completamente desprotegida. Apenas unas decenas de hombres formaban la guarnición de la ciudad y si los ingleses atacaban ahora podrían obtener fácilmente una importante plaza en la península. La oportunidad era única y cualquier comandante decidido probablemente la habría aprovechado sin dudarlo pero Wimbledon peco de prudencia. Pensó que antes de atacar Cádiz debía cortar las vías de llegada de refuerzos. Wimbledon consideraba imprescindible tomar El Puntal antes de intentarlo con Cádiz para guardarse las espaldas. Ordenó a los barcos holandeses y a los carboneros que atacaran el fuerte con toda su artillería. Los carboneros desobedecieron las ordenes y se quedaron atrás deliberadamente. Los holandeses se quejaron de que estaban enfrentándose ellos solos a todo El Puntal (en realidad era una pequeña guarnición) y los carboneros fueron obligados por Wimbledon en persona a participar en el ataque. Poco después los holandeses se volvían a quejar, esta vez para pedir que los carboneros se largaran lo más lejos posible. Al parecer, tenían tan mala puntería que los proyectiles pasaban más cerca de los propios holandeses que del fuerte.
Cuando, tras el intensivo bombardeo, se decidió el desembarco las cosas no fueron mucho mejor. Sir John Burroughs, desobedeciendo las órdenes de Wimbledon, desembarcó justo debajo del fuerte y él y sus hombres fueron rápidamente barridos por la artillería del Puntal.
Finalmente, tras veinticuatro horas desde la decisión de tomar el fuerte, éste estaba en manos de los ingleses. Pero lo cierto es que ya daba igual. Mientras un pequeño grupo de hombres defendía el fuerte frente a los ingleses, el gobernador de Cádiz había mandado un mensaje pidiendo ayuda al duque de Medina Sidonia. Éste había mandado su ejercito a la ciudad mientras los ingleses luchaban por El Puntal y ahora Cádiz era inexpugnable.
Antes, Wimbledon se encontraba en mitad de la bahía de Cádiz, al mando de cien naves y sin saber que hacer. Ahora estaba al mando de diez mil hombres, en tierra enemiga y seguía sin tener la más mínima idea de que hacer a continuación. Llegaron rumores de que se habían divisado barcos españoles en el puente de Zuazo así que decidió acudir con su ejército a intentar asaltarlos. Cuando se descubrió que era una falsa alarma, Wimbledon tomó una decisión realmente extraña. Decidió seguir avanzando sin un propósito definido. Y no es una especulación de los historiadores sobre lo que había en la cabeza de Cecil sino que él describe así sus pensamientos en un relato posterior de la expedición:
Cuando el ejercito estaba atravesando las salinas de la zona se llevaron una nueva y desagradable sorpresa. Nadie había desembarcado provisiones ni agua. Wimbledon mandó un grupo de hombres de vuelta a los barcos a por ellas y nunca más volvió a saber de ellos. Así estaban, sin agua en mitad de unas salinas, en territorio enemigo y avanzando a ciegas. Cuando los hombres estaban al borde de la rebelión, llegaron a unos edificios propiedad de Medina Sidonia. Al inspeccionarlos descubrieron que sus habitantes habían huido y decidieron acampar a pasar la noche. Los sedientos soldaron vieron el cielo cuando descubrieron lo que se escondía en las bodegas de los caserones. Vino. Barriles y más barriles de Jerez que se apresuraron a saquear. Este incidente es el origen de una teoría (leyenda más bien) que afirma que el objetivo real de los ingleses era hacerse con el preciado vino que ellos llamaban sherry. No pongo en duda la calidad de este vino pero parece poco probable el envió de toda la flota inglesa para robar unos barriles de Jerez.
Wimbledom se encontró entonces rodeado de una turba de hombres hambrientos, al borde de la rebelión y, además, borrachos. Intentó impedir que se distribuyera el alcohol pero fue peor aún. Cuando los oficiales intentaron llevarse el vino los soldados dispararon contra ellos y el mismo Wimbledon hubo de ser protegido por su guardia personal.
El espectáculo al día siguiente era desolador. Diez mil hombres desperdigados, débiles y resacosos estaban tirados por lo suelos. Wimbledon comprendió por fin que aquello no tenía sentido alguno y emprendió el regreso a los barcos con los hombres que pudieron seguirle. De los que se quedaron atrás dieron cuenta los hombres de Medina Sidonia.
Una vez embarcado, Wimbledon aún intentó un par de asaltos a barcos españoles que venían de América perdiendo los ingleses unos cuantos buques. Finalmente, sin haber podido conseguir ninguno de los objetivos de la expedición Wimbledon puso rumbo a las islas británicas.
La vuelta al Reino Unido fue mucho peor que la ida. No se había conseguido aprovisionar las naves y los hombres estaban enfermos. Las vías de agua eran peores y muchos barcos se hundieron. Otros, con toda su tripulación enferma o muerta de hambre acababan perdidos a la deriva. Meses después continuaban llegando a las islas barcos que habían formado parte de la expedición a Cádiz. Algunos encallaban en las playas y otros llegaban con menos de una docena de hombres a bordo. Las ciudades costeras se llenaron de mendigos, hombres de la expedición que volvían a casa sin nada más que una salud destrozada y ni una miga de pan en el bolsillo.
Así acabó la expedición a Cádiz de 1626 ideada por el duque de Buckimgham. No aprendió nada de la experiencia pues años después planeó de igual modo un asalto a la isla de Ré con idénticos resultados.
BIBLIOGRAFIA
LAFUENTE, MODESTO, Historia General de España, 1862
REGAN, GEOFFREY, Historia de la incompetencia militar, 1987
TENENTI, ALBERTO, La Edad Moderna, 2000
VV. AA. Introducción a la Historia Moderna, 1994
http://en.wikisource.org/wiki/1911_Encyclop%C3%A6dia_Britannica/Buckingham%2C_George_Villiers%2C_1st_Duke_of
Publicado por Ramón en http://barcomasgrande.blogspot.com
Sin embargo, en 1625, la oportunidad se presentó ante Cecil. Una carta del duque de Buckingham, George Villiers, con el que últimamente había trabado una buena relación le ofrecía la oportunidad de convertirse en un nuevo Drake. Buckingham planeaba una expedición contra España pero su salud se había debilitado y el rey insistía en mantenerlo ocupado realizando tareas diplomáticas. Lo que Buckingham pedía a Cecil era que se hiciera cargo de la flota inglesa en su asalto a aguas españolas. Una oportunidad única de conseguir fama y renombre.
El plan era una idea de Buckimgham, así que él mismo se encargó de planear la expedición, escoger a los comandantes y pertrechar naves y hombres. La excusa para atacar era el tratamiento que se le había dado en España cuando acudió, con el Príncipe de Gales, a solicitar la mano de la infanta María para el heredero inglés. Más probable parece que lo que Buckimgham quería reparar no era el honor sino el bolsillo, y que su objetivo real fuera la plata que llegaba a España desde América, intentando repetir las hazañas de la época isabelina. Fuera cual fuera el motivo de este ataque lo que es seguro es que no era una buena idea. El ejército inglés llevaba un cuarto de siglo sin entrar en acción, su dominio de los mares no era el que fue (ni el que volvería a ser) y ni Buckimgham ni el rey Carlos tenían una idea muy clara de como llevar a cabo la operación ni de lo que esperaban conseguir.
Cecil puso todo su empeño en llevar a buen puerto el ataque y devolver a su país la gloria perdida. No fue suficiente, sin embargo, su buena voluntad para culminar con éxito el asalto a Cádiz.
Los hombres de Cecil
Como buen comandante, Sir Edward Cecil quiso conocer a los hombres que iba a tener bajo sus órdenes. Se habían reclutado 10.000 soldados, una fuerza más que considerable. Pero no se parecían en nada a los hombres que Cecil había liderado en los Países Bajos, que llevaban casi un siglo de guerra permanente. Buckimgham había reclutado de manera forzosa a gran parte de los hombres. Se reclutaban deudores de Buckimgham o de sus amigos, amantes de esposas de cornudos a los que el duque debía favores, enemigos políticos... El resto del ejército se completó con reos. Entre estos “soldados” había retrasados mentales, lisiados, enfermos y varios hombres de más de sesenta años.
A la espera de embarcar, los "reclutas" fueron alojados en pensiones, establos o simplemente dormían por las calles. Para que no causaran disturbios, Buckimgham decidió que todas las armas estuvieran en las naves de modo que no tuvieran acceso a ellas en suelo inglés. Esto impidió que los hombres se familiarizasen ellas ya que algunos de ellos no habían tenido nunca un mosquete en sus manos. Tampoco había uniformes disponibles y la mayoría de ellos iban envueltos en harapos. Cecil escribió una carta al rey quejándose de que muchos de los soldados bajo su mando no tuvieran ni siquiera pantalones.
Ya que el ejército del que iba a disponer para desembarcar no era lo que se dice una fuerza de élite, Cecil puso sus esperanzas en la gloriosa Armada Inglesa. Pero, como hemos dicho, las cosas ya no eran como antes. La última expedición a tener en cuenta por las naves del Reino Unido había sido precisamente una expedición contra Cádiz en la que se obtuvo un importante éxito sobre las tropas españolas, además de un sustancioso botín. Pero de aquello hacía ya tres décadas.
La fuerza reunida era notable, casi cien buques iban a participar en la operación. Pero, a pesar de la cantidad, la calidad dejaba mucho que desear. Sólo había nueve grandes galeras de guerra, las acompañaban veinte mercantes armados y el resto eran buques carboneros de Newcastle cargados con cañones. Y ni siquiera las galeras eran nada del otro mundo, databan de la época de la Armada Invencible, la mayoría de ellas aun conservaban las mismas velas y cuerdas y sus cascos no habían sido limpiados ni reparados. Por si esto fuera poco, las provisiones embarcadas eran escasas y estaban en mal estado ya antes de partir. Como detalle positivo, quince barcos holandeses al mando de Guillermo de Nassau, bastardo del príncipe Mauricio, reforzaron la flota inglesa.
Quedaba una última esperanza para Cecil: los mandos. Pero los comandantes elegidos por Buckimgham no tenían ninguna experiencia. El duque había dejado de lado a los veteranos comandantes y había puesto al mando de los barcos a sus amigos.
Cecil no se desesperó y preparó minuciosamente un libro con los detalles de la operación, las órdenes generales y las señales que se iban a emplear. Una copia de este libro debía ser entregada a cada capitán. Es posible que hubiera sido útil de no ser por que no llegó a manos de sus destinatarios hasta que las naves regresaron de la expedición.
Antes de partir, Cecil fue nombrado vizconde de Wimbledon. Se supone que para afianzar su autoridad frente al resto de capitanes, también pares.
El viaje
Tras un amago en que la flota fue dispersada por una tormenta, y hubo de volver a reunirse en Plymouth días después, las naves zarparon definitivamente rumbo a Cádiz. Nada más partir, comenzaron los problemas. Las galeras comenzaron a hacer agua y gran parte de sus hombres estaban empleados a tiempo completo achicando agua. La Lyon tuvo que regresar ya que estaba a punto de hundirse.
Las deficiencias de la labor de aprovisionamiento se hicieron notar a los pocos días. La comida era escasa y estaba en mal estado. Cecil se vio obligado a imponer racionamiento de provisiones nada más comenzar el viaje.
El tiempo tampoco ayudó demasiado. Las tormentas los acompañaron durante todo el recorrido. La Long Robert se hundió con todos sus hombres y el resto de barcos sufrieron importantes daños. Se perdieron la mayoría de las lanchas en las que iban a ser desembarcados los hombres. La comida, ya de por si asquerosa, se humedeció y comenzó a pudrirse. La pólvora estaba mojada y las vías de agua en las naves se multiplicaban.
Pese a todo lo dicho, la flota inglesa llegó finalmente a Cádiz.
En Cádiz
La primera sorpresa desagradable que se llevó Wimbledon cuando llegó a su destino procedía de sus propias bodegas. Cuando se abrieron las cajas donde iban las armas se descubrió que más de la mitad de los mosquetes carecían de un detalle importante, no tenían boca. La mayor parte de la munición era del calibre equivocado y muchos de los moldes para fabricar más se habían deformado durante las tormentas.
Pero Cecil había tenido tiempo de acostumbrarse a los desastres durante el viaje y no se dejó vencer por la adversidad. Ordenó a Essex que dirigiera su escuadra hacia el Puerto de Santa María y fondeara allí para establecer una cabeza de puente y que el resto de naves pudieran desembarcar a los hombres. Essex, sin embargo, tenía otras ideas en mente. Su padre había sido un héroe del famoso asalto a Cádiz de 1596 y Essex estaba decidido a repetir las hazañas familiares. A toda velocidad encaminó sus naves, con el Swiftsure, su buque insignia a la cabeza, en dirección a los galeones españoles fondeados en la bahía. Wimbledon observó impotente desde su galera como Essex, desobedeciendo sus órdenes, se lanzaba en solitario al ataque y era frenado por las baterías de artillería de Cádiz el tiempo suficiente para que todos los barcos españoles escaparan. Los ingleses perdían así cualquier oportunidad de capturar los galeones españoles.
Los más de cien buques se quedaron entonces fondeados en plena bahía de Cádiz sin que su comandante tuviera muy claro que hacer a continuación. La oportunidad se presentó por sorpresa. Los ingleses tenían una quintacolumna inesperada en Cádiz. Jenkinson era un comerciante inglés que en ese momento hacia negocios en la ciudad española. Cuando divisó a la flota inglesa se apresuró en remar a través de la bahía hasta el buque insignia para informar a Wimbledon de que Cádiz estaba completamente desprotegida. Apenas unas decenas de hombres formaban la guarnición de la ciudad y si los ingleses atacaban ahora podrían obtener fácilmente una importante plaza en la península. La oportunidad era única y cualquier comandante decidido probablemente la habría aprovechado sin dudarlo pero Wimbledon peco de prudencia. Pensó que antes de atacar Cádiz debía cortar las vías de llegada de refuerzos. Wimbledon consideraba imprescindible tomar El Puntal antes de intentarlo con Cádiz para guardarse las espaldas. Ordenó a los barcos holandeses y a los carboneros que atacaran el fuerte con toda su artillería. Los carboneros desobedecieron las ordenes y se quedaron atrás deliberadamente. Los holandeses se quejaron de que estaban enfrentándose ellos solos a todo El Puntal (en realidad era una pequeña guarnición) y los carboneros fueron obligados por Wimbledon en persona a participar en el ataque. Poco después los holandeses se volvían a quejar, esta vez para pedir que los carboneros se largaran lo más lejos posible. Al parecer, tenían tan mala puntería que los proyectiles pasaban más cerca de los propios holandeses que del fuerte.
Cuando, tras el intensivo bombardeo, se decidió el desembarco las cosas no fueron mucho mejor. Sir John Burroughs, desobedeciendo las órdenes de Wimbledon, desembarcó justo debajo del fuerte y él y sus hombres fueron rápidamente barridos por la artillería del Puntal.
Finalmente, tras veinticuatro horas desde la decisión de tomar el fuerte, éste estaba en manos de los ingleses. Pero lo cierto es que ya daba igual. Mientras un pequeño grupo de hombres defendía el fuerte frente a los ingleses, el gobernador de Cádiz había mandado un mensaje pidiendo ayuda al duque de Medina Sidonia. Éste había mandado su ejercito a la ciudad mientras los ingleses luchaban por El Puntal y ahora Cádiz era inexpugnable.
Antes, Wimbledon se encontraba en mitad de la bahía de Cádiz, al mando de cien naves y sin saber que hacer. Ahora estaba al mando de diez mil hombres, en tierra enemiga y seguía sin tener la más mínima idea de que hacer a continuación. Llegaron rumores de que se habían divisado barcos españoles en el puente de Zuazo así que decidió acudir con su ejército a intentar asaltarlos. Cuando se descubrió que era una falsa alarma, Wimbledon tomó una decisión realmente extraña. Decidió seguir avanzando sin un propósito definido. Y no es una especulación de los historiadores sobre lo que había en la cabeza de Cecil sino que él describe así sus pensamientos en un relato posterior de la expedición:
Parece que se trataba de una falsa alarma. Pero puesto que ya hemos avanzado tanto, si os parece podríamos continuar haciéndolo. Quizá sepamos algo o veamos algún enemigo. De no ser así, por lo menos sabremos cómo es ese puente del que tanto hablan.
Cuando el ejercito estaba atravesando las salinas de la zona se llevaron una nueva y desagradable sorpresa. Nadie había desembarcado provisiones ni agua. Wimbledon mandó un grupo de hombres de vuelta a los barcos a por ellas y nunca más volvió a saber de ellos. Así estaban, sin agua en mitad de unas salinas, en territorio enemigo y avanzando a ciegas. Cuando los hombres estaban al borde de la rebelión, llegaron a unos edificios propiedad de Medina Sidonia. Al inspeccionarlos descubrieron que sus habitantes habían huido y decidieron acampar a pasar la noche. Los sedientos soldaron vieron el cielo cuando descubrieron lo que se escondía en las bodegas de los caserones. Vino. Barriles y más barriles de Jerez que se apresuraron a saquear. Este incidente es el origen de una teoría (leyenda más bien) que afirma que el objetivo real de los ingleses era hacerse con el preciado vino que ellos llamaban sherry. No pongo en duda la calidad de este vino pero parece poco probable el envió de toda la flota inglesa para robar unos barriles de Jerez.
Wimbledom se encontró entonces rodeado de una turba de hombres hambrientos, al borde de la rebelión y, además, borrachos. Intentó impedir que se distribuyera el alcohol pero fue peor aún. Cuando los oficiales intentaron llevarse el vino los soldados dispararon contra ellos y el mismo Wimbledon hubo de ser protegido por su guardia personal.
El espectáculo al día siguiente era desolador. Diez mil hombres desperdigados, débiles y resacosos estaban tirados por lo suelos. Wimbledon comprendió por fin que aquello no tenía sentido alguno y emprendió el regreso a los barcos con los hombres que pudieron seguirle. De los que se quedaron atrás dieron cuenta los hombres de Medina Sidonia.
Una vez embarcado, Wimbledon aún intentó un par de asaltos a barcos españoles que venían de América perdiendo los ingleses unos cuantos buques. Finalmente, sin haber podido conseguir ninguno de los objetivos de la expedición Wimbledon puso rumbo a las islas británicas.
La vuelta al Reino Unido fue mucho peor que la ida. No se había conseguido aprovisionar las naves y los hombres estaban enfermos. Las vías de agua eran peores y muchos barcos se hundieron. Otros, con toda su tripulación enferma o muerta de hambre acababan perdidos a la deriva. Meses después continuaban llegando a las islas barcos que habían formado parte de la expedición a Cádiz. Algunos encallaban en las playas y otros llegaban con menos de una docena de hombres a bordo. Las ciudades costeras se llenaron de mendigos, hombres de la expedición que volvían a casa sin nada más que una salud destrozada y ni una miga de pan en el bolsillo.
Así acabó la expedición a Cádiz de 1626 ideada por el duque de Buckimgham. No aprendió nada de la experiencia pues años después planeó de igual modo un asalto a la isla de Ré con idénticos resultados.
BIBLIOGRAFIA
LAFUENTE, MODESTO, Historia General de España, 1862
REGAN, GEOFFREY, Historia de la incompetencia militar, 1987
TENENTI, ALBERTO, La Edad Moderna, 2000
VV. AA. Introducción a la Historia Moderna, 1994
http://en.wikisource.org/wiki/1911_Encyclop%C3%A6dia_Britannica/Buckingham%2C_George_Villiers%2C_1st_Duke_of
Publicado por Ramón en http://barcomasgrande.blogspot.com
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